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Control y dominio absoluto

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Jueves 5 de febrero, 20:00 horas. «Conciertos del Auditorio«: Oviedo Filarmonía, Shlomo Mintz (violín y director). Obras de Chausson, Vieuxtemps y Tchaikovsky.

Un director que además actúe como violinista era algo habitual en los tiempos de Willi Boskovsky y los Conciertos de Año Nuevo desde Viena, también alguna «propina» del recordado Lorin Maazel, y el más recordado, que además volverá este mes a Oviedo, Spivakov con Los Virtuosos de Moscú. Dirigiendo desde el piano es distinto pero como todo hay partes buenas y malas. Destacar que se debe dominar de forma completa la obra para no disminuir nada en las intervenciones solistas así como mucho ensayo con la orquesta en pos de un mejor entendimiento al utilizar menos recursos en la conducción, pero supone ejercer el control absoluto de la interpretación.

Shlomo Mintz se presentaba en esta doble faceta con dos obras de auténtica escuela violinística que necesitan una concertación especial y rigurosa por todo lo que conlleva una escritura pensada para el solista.

El Poema para violín y orquesta, op. 25 (Ernest Chausson) es una obra muy personal del compositor francés al que se consideró sobre todo «culto diletante» como recuerda Ramón Avello en las notas al programa, por lo que su interpretación también exige un mimo y especial cuidado en cada detalle, una auténtica rapsodia para lucimiento del solista pero con un clima orquestal que debe mantener esa ambientación. Mintz pudo conseguir de la formación ovetense todo lo necesario para rubricar sus intervenciones, con un catálogo sonoro en su violín ampliado con un arco realmente expresivo, completando un abanico desde emociones desgarradoras hasta lirismo de raíz folklórica, en parte por dedicatorias e inspiraciones variadas de esta partitura.

Otro prodigio del violín desde niño, maestro y creador de escuela interpretativa fue Henri Vieuxtemps por lo que su Concierto para violín y orquesta nº 5 (1862) condensa todos los recursos técnicos para mayor lucimiento del solista cual obra fin de carrera, tres movimientos sin pausa donde nuevamente la orquesta debe plegarse al virtuoso. Así resultó, buen entendimiento y perfecto equilibrio sonoro, aunque no todas las secciones rindieron al máximo, con un Shlomo realmente prodigioso, especialmente por una técnica siempre al servicio de la música, destacando la cadencia del Allegro non troppo casi tributo a Paganini, el Adagio que mostró lo mejor de la orquesta, y un Allegro con fuoco más interior que exteriorizado, casi de tiempos retenidos para no empañar sonido en nadie, exigente pero efectivo.

La propina no podía ser otra que Obsession (Preludio poco Vivace), primer movimiento de la Sonata para violín solo nº 2 en la menor, «A Jacques Thibaud» del compositor Eugène Ysaÿe, violinista y director amigo de Chausson, y auténtica joya que rinde homenaje a Bach y el «Dies Irae» en la proporción adecuada para dar un regalo que todos disfrutamos, con un Shlomo Maestro del violín.

Siempre comento lo difícil que se me pone escuchar obras conocidas cuando las versiones u orquestas de mi memoria dejaron el listón difícil de igualar. Tchaikovski es un auténtico caramelo sorpresa, agradecido siempre de paladear pero con el peligro de encontrarnos un interior amargo, inesperado por licores o frutas, y engañoso porque la obra parece superar la interpretación cuando ésta no es del todo buena. La Sinfonía nº 4 en fa menor, op. 36 requiere además de solistas muy seguros y secciones de calidad equiparable en todos, una plantilla compensada especialmente en la cuerda para contrapesar el protagonismo que el viento y la percusión tienen, algo que la Oviedo Filarmonía aún no ha conseguido. El maestro Mintz sacó oro de ella a base de unos tiempos algo más lentos de lo esperable pero seguros para dibujar con claridad todas las melodías, escuchando lo escrito con detalle, mimando los matices y con la cuerda rindiendo al límite de sus posibilidades, algo que solo un conocedor de ella como el invitado puede alcanzar. Andante sostenuto – Moderato con anima literal, lástima las trompas destempladas que empañaron el alma brillante de los metales en este primer peldaño; Andantino in modo canzone también retenido en velocidad pero claro y melódico en su totalidad, Scherzo. Pizzicato ostinato. Allegro donde la cuerda sonó perfecta, guiada y convencida por el maestro y mentor Sholmo, supongo que con los «trucos» compartidos para alcanzar los mejores momentos sonoros. El Allegro con fuoco quedó en cálido, sin la magia y tensión necesaria para alcanzar las chispas que merece ese final, los músicos de la orquesta trabajaron como rusos para mantener el tipo, empaste y calidades que no fueron siempre iguales, aunque la propia fuerza de esta sinfonía aguanta el frío, esta vez sólo en el exterior.

Aplaudir el esfuerzo de la OFil y sobre todo la templanza del Maestro Shlomo Mintz, grande en el doblete y toda una lección de honestidad.

Dalila sin Sansón

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Sábado 31 de enero, 20:00 horas. LXVII Temporada de Ópera de Oviedo, segunda función: Samson et Dalila (Camille Saint-Saëns). Entrada de última hora: 15 €. Fotos del autor, ©OperaOviedo y Facebook®.

Oviedo ha estado más de medio siglo esperando por recuperar este «Operatorio» como bautizó Pachi Poncela la obra del francés antes de subirse el telón, y volvía a «gallinero» como en mis primeros años, para escuchar por vez primera un título que además de lo novedoso tenía muchos acicates para escaparme al templo lírico carbayón a pesar de los truenos, relámpagos y granizo que parecieron formar parte de la propia escena. La prensa asturiana, de la que dejo algunas páginas al final, se hizo eco del último título de la temporada, y el estreno del jueves presentaba claros y nubes como la climatología.

Volvía para gozo de sus muchos seguidores asturianos el malagueño Carlos Álvarez en el rol de Sumo Sacerdote, también el australiano Stuart Skelton del que todavía recordamos su Peter Grimes hace tres años, nuestro bajo asturiano más internacional Miguel Ángel Zapater, también el recordado Max Valdés al frente de una OSPA que le sigue teniendo cerca en oficio y recuerdo, más naturalmente el protagonismo de la mezzo Nancy Fabiola Herrera en un momento dulce de una carrera bien enfocada que la hace triunfar allá donde va.

Un contratiempo salvado «in extremis» lo tuvimos con el tenor Skelton, aquejado de una infección de garganta desde hace dos semanas que en la primera función se limitó a actuar sin cantar, siendo «su voz» Dario di Vietri el feliz recambio para un rol como el de Sansón que no se encuentra fácilmente. Para esta segunda representación el italiano estuvo directamente en escena, que comentaré más adelante, y a día de hoy es probable que cante las dos que quedan, como comprobaré desde Mieres con la proyección de la tercera función en distintos puntos asturianos, una vez degustada «in situ».

El resultado global fue satisfactorio y equilibrado para una ópera sin sobresaltos, bien escrita, fácil de seguir, con momentos álgidos, movimientos escénicos conseguidos y dificultades no siempre captadas por un público que casi llenó el Campoamor, aunque no sea una obra que el aficionado conozca de memoria. La dirección de escena excelente a cargo de Curro Carreres, conjugando elementos cercanos en el tiempo (el libro del último título lo recoge perfectamente) con guiños de una calidad estética altísima subrayada por un vestuario apropiado y una iluminación apropiada aunque algo tétrica para algunos. Las fotos de la propia Ópera de Oviedo son buena muestra.

El coro que dirige Patxi Aizpiri volvió a estar a su altura, presente en casi toda la ópera fue capaz de subrayar la acción, incluso entre bastidores, algo siempre delicado y bien resuelto, o protagonizarla directamente, especialmente las voces graves en ese coro de inspiración gregoriana, más empastado que las voces blancas, que también tuvieron su intervención.

Verdadera maravilla la inclusión de los bailarines Manuel Badás y Sonia Blanco con coreografía de Antonio Perea para la Bacchanale, de una plasticidad bellísima en la parte del último acto, mientras la OSPA se mostró realmente cómoda bajo la dirección del maestro Valdés, volúmenes respetuosos con los cantantes, lirismo instrumental bien concertado y presencia sin excesos en las introducciones o la «Bacanal» antes comentada. Saint-Saëns le otorga un papel casi cinematográfico que nunca molesta y siempre se agradece incluso en el último piso, y el chileno volvió a recordarnos su magisterio también en el foso.

El elenco vocal estuvo en esa línea de equilibrio pero algo menor en los distintos filisteos solistas que no brillaron como se podría esperar. Bien el bajo ovetense Zapater en su breve intervención como viejo hebreo, llenando escena con presencia física y vocal dotada de un grave redondo sin forzar volúmenes, en parte por una orquesta comedida en matices. Destacado el Sansón di Vietri por el esfuerzo en gustar y cumplir desde una voz algo desigual en el agudo pero homogénea en el medio y grave. Su actuación fue creciendo a lo largo de los tres actos, destacando el conocido dúo con Dalila del segundo y su tercer acto atado a la columna o ese final suspendido que seguramente Skelton no hubiese mejorado. En cuanto pula detalles como la sensación calante en los pianos y cierto engolamiento, estoy seguro que volveremos a saber de él porque tiene un timbre más que agradable.

Esperado el Sumo Sacerdote Carlos Álvarez que se mostró felizmente recuperado, su timbre mantiene el color, su línea de canto es de elogiar, sigue impresionando sobre la escena pero faltando esa pizca de fuerza que asombró antes de su obligado paréntesis, y que como en otras lesiones, el miedo parece atenazar o perder confianza, aunque este papel le hace bien al barítono malagueño y resultará una buena inyección de moral.

La auténtica triunfadora de la noche fue Nancy Fabiola Herrera que encarnó una Dalila embaucadora, sensual, madura, conocedora de todos sus recursos. El aria «Primavera que comienza» del primer acto convenció aunque lo que nos respigó fue el dúo del segundo y fueron nuestros corazones los que se abrieron a su voz, incluyendo al propio Sansón. Una auténtica dama de la lírica que se volcó en un rol perfectamente perfilado.

No cabe duda que sin ser una ópera de masas, este Samson et Dalila nos dejó buen sabor de boca global, apostando de nuevo por la mezcla de títulos de siempre con otros casi olvidados e incluso algunos estrenos. Ya está avanzada la próxima temporada en la misma línea, con Walkiria, Nabucco, Bodas, Bohème y la novedad de El Duque de Alba de Donizetti que esperamos no sirva para meter miedo como a los niños holandeses, y de mantener repartos equilibrados estoy seguro que el público seguirá en aumento y la crisis seguirá supliéndose con trabajo. La calificación global de esta temporada, en la que solo me perdí Barbero, es notable.

Prensa regional:

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