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Elías victoriano

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Viernes 11 de abril, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Concierto extraordinario de Semana Santa: OSPA, Svetla Krasteva (soprano), Margaret Mezzacapa (mezzo), Agustín Prunell-Friend (tenor), Hugh Russell (barítono), Olaya Álvarez Suárez (voz blanca), Coro de la Fundación Príncipe de Asturias (director: José Esteban García Miranda), Rossen Milanov (director). Elías, Op. 70 (Mendelssohn). Entradas: 27€ y 32€.

Si Bach sigue reinando en nuestros días parte de culpa la tiene Mendelssohn, y como tributo tras las dos pasiones del Kantor de Leipzig, desde esta ciudad donde tanta música se respira su espíritu llegó tras pasar por Gijón a la nuestra, capital donde la crisis ha salpicado menos la programación, escuchábamos por vez primera el oratorio Elijah con orquesta y coro asturiano más un quinteto solista de primera, todo ello bajo la dirección de Rossen Milanov, otro reto conseguido al tratarse de una obra de envergadura para todos los intérpretes así como para un público que sigue siendo escaso para la calidad ofertada y mal educado (los móviles son un peligro en manos inexpertas), para casi tres horas de auténtico espectáculo victoriano. Y es que el segundo oratorio del alemán, tras el también bellísimo Paulus, además de obra casi postrera en la corta vida de Mendelssohn, tuvo más popularidad en la Inglaterra, que tan bien le acogió, que en su Alemania natal, estrenándose en el idioma de Shakespeare en vez del germano original como bien recogen las notas al programa de Rafael Banús Irusta, religiosidad victoriana de esa sociedad donde los oratorios eran seña de identidad además de espectáculo esperado.

El Coro de la FPA ya afrontó hace muchos años la Sinfonía nº 2, «Lobgesang» Op. 52 también con la OSPA bajo la dirección de Alberto Zedda, registrada en CD. Desconozco si hubo toma de sonido más allá de la habitual de RNE, pero este Elías, Op. 70 pienso que supera con creces esta nueva interpretación de Mendelssohn. La duración total, cercana a las dos horas, además del abundante y complejo texto en inglés, supusieron un esfuerzo añadido, así como una atención permanente a la dirección para entradas siempre arriesgadas y dinámicas extremas, sumando cambios de tempi complicados, todo superado con nota, impresionando nada más arrancar el primer número en tutti y fortísimo «Help, Lord!«, aunque la cuerda de bajos siga siendo la «perjudicada» en estas obras sinfónico-corales, necesitada de más peso y registro grave.

Todo el coro estuvo a la altura esperada en este extraordinario viernes de dolores o viernes de pasión tornado en viernes placentero, sin maldiciones bíblicas y cargado de rotundidad desde una forma de cantar llena de experiencia. Felicitarles por un trabajo durísimo, con menos tiempo del deseado, aunque siempre se crezcan ante la adversidad, viniéndose arriba coloquialmente hablando, y dándolo todo con una profesionalidad digna de elogio y admiración.

De los solistas hay que citar en primer lugar al canadiense Hugh Russell como Elías, barítono del que su biografía dice es «elogiado por su carisma, dramática energía y belleza vocal», resultando realmente lírico, entregado, dramatizando al protagonista desde un despliegue técnico puede que demasiado elocuente pero pleno de facultades, siendo el auténtico triunfador para la mayoría del respetable.

La breve, pero hermosísima, intervención desde la balconada, del número 19 a cargo de la joven candasina Olaya Álvarez, cantante del coro «Aurum» (otro proyecto LDO), finalizando la parte primera del oratorio -de la que se eliminó el cuarteto «Cast thy burden upon the Lord«, nº 15-  fue otro de los momentos destacados, solo seguro, de voz limpia atacando el La agudo impecable que nos puso la piel de gallina a todos.

Las intervenciones de la hispano-búlgara Svetla Krasteva, habitual de Gijón cantando zarzuela y ópera, aunque creo debutante en Oviedo, siempre es un placer escucharla también en este repertorio sinfónico, de proyección nítida, fraseos repletos de musicalidad y dicción clara, empaste perfecto en los dúos y cuartetos -se eliminó igualmente el terceto nº 28 «a capella»-, jugando con el color para el carácter de los distintos roles (más ángel que viuda). Su intervención en el aria nº 21 «Hear ye, Israel!» que abre la segunda parte, fue todo un derroche portentoso de matices, línea de canto y fraseo.

El tinerfeño Agustín Prunell-Friend al que ya escuchamos en el auditorio, tiene un timbre particular, muy apropiado para estos programas sinfónicos, y pese a no tener muchas intervenciones en Elías, las solventó con naturalidad y buen quehacer, especialmente el aria nº 4 «If with all your hearts«.

Dejo para el final a la norteamericana Margaret Mezzacappa, también conocida en este mismo escenario por una Novena con la misma orquesta y dirección, igualmente cumplidora, segura en los solos aunque siga sin emocionarme por un vibrato que no me gusta, pese a reconocer que volumen le sobra.

Destacar la ubicación del cuarteto entre el coro y la orquesta, facilitando una mejor visión del director y volúmenes adecuados para las distintas apariciones en una partitura exigente de principio a fin, como bien explican en la entrevista a OSPA TV.

Finalmente una OSPA que hubo de recolocarse para lograr planos sonoros adecuados a este oratorio: maderas y trompas a la izquierda, contrabajos a la derecha, con timbales, tuba y trombones. Con la plantilla algo escasa en la cuerda para una obra de semejante magnitud sonora, pero contagiada por la implicación del maestro Milanov, el búlgaro desde la obertura inicial tras la primera intervención de Elías, fue más que arrogante espléndido por la entrega total y las proporciones de los condimentos a la hora de cocinarnos este Elijah, recitativos donde la orquesta funcionó como si de un clave sinfónico se tratase. Pletórico, marcándolo todo, preciso, claro, atento a cada uno de los intérpretes, concertando como nunca, aligerando números que podrían resultar pesantes… pienso que sacó el máximo de una obra que quizá necesitase algún ensayo conjunto más para alcanzar la magnificencia, pero es lo que tenemos y no podemos poner pegas, aunque optimizar recursos en música no debe significar recortar en nada.

Felicidades por este «Elías», seguro que tardaremos muchos años en repetirlo. Ahora unas breves vacaciones antes de volver a los abonos, pero ya los iremos contando…

Koopman a mayor gloria de Bach

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Como bien dice mi admirado musicógrafo Luis Suñén en sus notas al programa (con todo el texto y traducción que seguimos cual misal durante casi tres horas) recordando al gran Padre Sopeña «una vez al año deberíamos someternos (…) a «una cura de Bach», es decir a una inmersión en su música para purificar nuestra condición de aficionados y, por qué no, también de seres humanos». En Oviedo, que es como la Viena española en lo que a oferta y calidad musical se refiere, esta Cuaresma nos ha purificado con las dos pasiones sin olvidarnos del Elías que Mendelssohn compusiese inspirado en un Bach que él redescubrió precisamente con La Obra por excelencia, la misma que nos faltan calificativos por su grandeza dentro de la engañosa sencillez, purificación de melómanos y hasta de agnósticos convencidos, gracias a «Meine Gott Bach».

Tener a Ton Koopman en el auditorio ovetense al frente de «su formación» nada menos que con «La San Mateo» era corroborar las versiones más que musicológicas, históricas por recrear en lo posible cómo fueron concebidas, precisamente unos días después de «La San Juan» con su alumno Aarón Zapico igualmente con una formación propia en la línea del holandés pero cambiando Amsterdam por Oviedo. Y contar para los corales de la primera parte con voces de casa, como es el coro que dirige Natalia Ruisánchez, una reválida pasada con sobresaliente. Mis primeras felicitaciones para unas voces blancas brillantes y seguras en el O Lamm Gottes unschuldig, inocentes y sacrificados por un trabajo que tiene recompensa, más el nº 35 O Mensch, afinación y empaste de auténticos profesionales.

De los solistas luces y sombras sin desmerecer ninguna, destacando el alto Engeltjes capaz de emocionar desde un color de voz bellísimo y bien proyectado en el nº 10 Buss’ und Reu pero especialmente en Erbarme dich, mein Gott (nº 47), bien el evangelista Lichdi, piedra angular de la Pasión, y el bajo Mertens aunque casi todos tienen un registro grave algo discreto. Personalmente un ligero escalón abajo la soprano checa y dos el tenor suizo. Del Jesús Hönisch, «crucificado antes de tiempo» tras el descanso al estar desaparecido como si tomase al pie de la letra el aria de alto que abría la segunda parte: «Ah! mi buen Jesús ya no está aquí! ¿Es posible?» (Ach, nun ist mein Jesus hin! Ist es möglich, kann ich schauen?) pienso que necesitaba más presencia vocal, afinación exigente y mayor implicación emocional para un rol que así lo pide.

Decepcionante el bajo corista Tobias Hagge en sus intervenciones solistas como Pilatus, destemplado y fuera de sitio. En cambio el coro excelente, casi camerístico con 28 voces, a menudo dos de 14 por la propia obra, eficiente y efectivo pero no efectista (esperaba expectante el Barrabam que no me convenció), color uniforme, disciplina para con las exigencias de la partitura, diferenciando coros y corales que desde la dirección también se marcan.

La doble orquesta de Koopman resultó todo un catálogo de solistas que lograron unas sonoridades perfectas para la magna obra bachiana, flautas casi de jazz que me comentaba alguna de mis amistades a la salida, oboes impecables, el fagot en su sitio difícil incluso cuando es continuo, eje instrumental con el órgano del Maestro alternando con su señora Tini Mathot, y una cuerda aterciopelada con dos concertinos (Catherine Manson y Matthew Truscott) brillantes en las intervenciones a dúo con las voces solistas.

Finalmente comentar lo maravilloso que resulta ver dirigir a Ton Koopman, disfrutando y contagiando su alegría desde el dominio de esta Pasión con pasión y sin compasión, siempre apasionante. El grandioso coral final «Llorando nos postramos ante tu sepulcro» (Wir setzen uns mit Tränen nieder) fue llevado con un tempo donde más que tristeza rezumó convencimiento, leyendo globalmente esta auténtica representación luterana desde la perfecta conjunción texto-música que El Kantor alcanza en ambas pasiones. Purificación de Sopeña y Suñén desde las pasion musicales con Koopman de profeta a mayor gloria de Bach.