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ClásicOS PAra disfrutar

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Viernes 23 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono 13: Vuelta a los clásicos. Cuarteto Quiroga, OSPA. Obras de Mozart, Haydn y Beethoven.

El Clasicismo es la época ideal para disfrutar de su música, y la sinfónica del «triunvirato» todavía más, por lo que siento pena seguir comprobando la poca asistencia a los conciertos de nuestra OSPA, y encima con un programa que tenía nuevamente a «Los Quiroga» (colaboradores artísticos que continuarán en la próxima temporada) comandando la orquesta asturiana en un arriesgado proyecto donde cubrían los atriles de la cuerda más el viento -sumándose los timbales en la segunda parte- sin director, aunque apostando por aumentar el «ente orgánico» del cuarteto a toda la formación, como si de una camerata se tratase y con el esfuerzo de lograr que el mismo corazón a cuatro latiese en todos los músicos, y confirmo que lo lograron plenamente.

En el encuentro previo al concierto, donde estábamos los pocos habituales, estos cuatro grandes músicos presentados por Fernando Zorita ya nos avanzaron lo que supondría este concierto, tras una carrera con más de 20 años que esperan seguir otros tantos: mucho trabajo previo, la confianza del titular Nuno Coelho (felizmente con contrato renovado hasta 2027) en «su orquesta» para seguir abriendo propuestas tan interesantes como la de este decimotercero de abono, lo poco habitual de la apuesta casi didáctica (el Cuarteto Quiroga la realizó en Zaragoza donde algunos de ellos son docentes), así como la habitual presencia de Aitor Hevia como concertino invitado en varios conciertos de abono, como se suele decir uno más «de casa» que no nos hace olvidar lo necesaria de esta plaza sin cubrir su titularidad desde la jubilación de nuestro recordado Sasha ¡hace 7 años!, por lo que la confianza estaba asegurada y el riesgo del «triple salto sin red» parecía minimizado, aunque cada concierto siempre sea único e irrepetible.

La elección de las tres obras permitió comprobar el más que corroborado excelente estado de la formación asturiana, escuchándose, implicándose, entregándose a un repertorio que no por conocido es menos exigente. Y con Cibrán Sierra de concertino arrancaría la primera sinfonía del «genio de Salzburgo», increíble que la compusiese con ¡sólo 9 años! pues es redonda, marcando su propio lenguaje con una plantilla perfecta de cuerda con trompas y oboes a pares. Una sinfonía probablemente compuesta en el barrio londinense de Chelsea y que como explica Alberto Martín Entrialgo en las notas al programa «(…) sigue la estructura de la obertura italiana en tres movimientos: Allegro en Mi bemol mayor en forma sonata, Andante en Do menor también en forma sonata, y Presto en Mi bemol mayor en forma de sonata-rondo». Un Molto allegro sin complejos, claro en la cuerda que fue prolongación bien sentida del ímpetu de los colaboradores, más el cuarteto de vientos igual de ensamblado en esta «Camerata Quiroga». Y si el tempo obliga a latir juntos, el Andante exige más concentración pero resuelto con una musicalidad digna de destacar, con un dúo de trompas empastadas y conservando el balance ideal sumándose los dos oboes prístinos. Aún quedaba el Presto en 3/8 vertiginoso, valiente, para reafirmarme en la calidad de estos músicos, el empuje de unos arcos fraseando con una claridad que permitía disfrutar del Mozart siempre increíble, los diálogos de la cuerda con  las lengüetas, el sustento de las trompas y la cuerda casi tan británica como la inspiración del niño prodigio.

El llamado «padre de la Sinfonía» añadiría a esta camerata para la ocasión el fagot ubicado entre violas y  cellos para la conocida como Sinfonía «La Passione», alcanzando una tímbrica y colorido que Cibrán Sierra destacaba en el encuentro como diferencia entre los cuartetos y las sinfonías, y así resultó esta Sinfonía nº 49 en sus cuatro movimientos con Hevia de concertino y casi director aunque «los Quiroga» mandaban desde sus respectivos atriles. Pasional, mística pero también risueña, el lento Adagio me transportó a Granada por la intensidad emocional de esta sinfonía «da chiesa» (que servía como introducción a otra obra vocal de carácter religioso), encontrando el pulso ideal para mantener esa lúgubre tonalidad de fa menor. El Allego di molto arriesgando en la velocidad y con una cuerda uniforme, rica en matices, arcos visualmente agradecidos fraseando camerísticamente, dibujando toda la tesitura con unas trompas aterciopeladas. El Menuet nos mantendría el modo menor apuntado en el segundo movimiento plenamente asentado, unísonos de oboes y cuerda para lograr ese colorido «marca del austríaco» con el Trío devolviendo el tono mayor, juego de armaduras pero también de sentimientos en lengüetas y metales, marcando el ritmo bailable antes de retornar al menor. Y nuevamente el vértigo, la apuesta del Presto por alcanzar la sonoridad sinfónica única, sin fisuras, con cellos, fagot y contrabajos empujando, violines primeros y segundos «compitiendo» en limpieza y contrastes, verdadero «Sturm und Drang» (por tormenta e ímpetu) con una interpretación sobresaliente.

Del trío clásico afincado en Viena nadie mejor que Beethoven para dar el paso al romanticismo con su Octava y una orquesta ya crecida en plantilla (cuerda, sumándose maderas a dos, como trompas y trompetas, más los timbales, esta vez siendo protagonistas casi todos los coprincipales de la plantilla. Vuelvo a las notas de Martín Entrialgo (con genes musicales) que transcribo para centrar la Sinfonía nº 8 en fa mayor, op. 93:

«Beethoven firmó el manuscrito de esta sinfonía en octubre de 1812, y la obra fue estrenada en Viena el 27 de febrero de 1814. Este concierto incluyó también la séptima sinfonía; si bien ésta fue bien recibida por el público, la octava no corrió la misma suerte: “eso es porque es mucho mejor”, se cuenta que dijo Beethoven. Quizás fuera sorprendente para el público el retorno de Beethoven a una sinfonía de pequeñas dimensiones (junto a la primera, la octava es la más corta de todas), o quizás el público no acabó de entender el humor y el carácter juguetón que los críticos han atribuido a esta sinfonía, manifestado, por ejemplo, en la parodia del metrónomo que Beethoven hace en el segundo movimiento».

La QuirOSPA aumentó el riesgo para la penúltima sinfonía del «sordo de Bonn», sin complejos, balances cuidados, Hevia por momentos dirigiendo con el arco, Sierra llevando de la mano a los segundos -tan importantes pese al calificativo-, Puchades sacando a flote unas violas con protagonismo y Poggio redondeando junto a los contrabajos una cuerda exigente en los tiempos para la limpieza sonora. El viento añadiría brillo y color a pares, sumando, contestando, fraseando. Los timbales detrás a la derecha mantuvieron el sonido global, homogéneo, romántico sin estridencias y puramente sinfónico. El público de hoy sí entiende el humor socarrón de Don Luis y también las sombras y luces, de nuevo en la tonalidad de fa mayor que antes pintasen para «papá Haydn». Manejar toda la orquesta sin director suponía una atención especial, encajar los latidos y respiraciones, escucharse aún más si es posible, la valentía que puede llevar a la tumba o a la gloria, siendo ésta la meta alcanzada. Con un respeto total a las indicaciones de aire tomadas literalmente, el Allegro vivace con brio pisó el acelerador sin miedo a las curvas, el Allegretto scherzando realmente fue «bromeando» con el metrónomo, por momentos zapateados para afirmar la pulsación, el Tempo di menuetto auténtica filigrana por la delicadeza, para rematar con un Allegro vivace donde la coreografía de arcos enriquecía una interpretación rigurosa, precisa, exquisita, equilibrada, fresca… calificativos que le ha dado The New York Times al Cuarteto Quiroga y que lograron extender a una OSPA feliz, implicada y en plena forma para este final de temporada al que le quedan dos abonos más -de los que perderé el penúltimo- mejor que escribir lo de «le quedan dos telediarios»…

PROGRAMA:

WOLFGANG AMADEUS MOZART (1756 – 1791):

Sinfonía nº 1 en mi bemol mayor, K. 16:

I. Molto allegro – II. Andante – III. Presto

FRANZ JOSEPH HAYDN (1732 – 1809):

Sinfonía nº 49 en fa menor, «La Pasión», Hob. I/49:

I. Adagio – II. Allegro di molto – III. Menuet – IV.Presto

LUDWIG VAN BEETHOVEN (1770 – 1827):

Sinfonía nº 8 en fa mayor, op. 93:

I. Allegro vivace con brio – II. Allegretto scherzando – III. Tempo di menuetto – IV. Allegro vivace

Las palabras se hacen música

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Domingo 23 de junio, 12:30 horas73º Festival de Granada. Monasterio de San Jerónimo / Cantar y tañer | Tríptico Haydn: Cuarteto Quiroga. Haydn: Las siete últimas palabras de Cristo en la cruzFotos de ©Fermín Rodríguez.

En la iglesia del Real Monasterio San Jerónimo la mañana del domingo invitaba al recogimiento y nada mejor que escuchar Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz de Haydn en un entorno único y con el Cuarteto Quiroga que congregó a un amplio espectro de público respetuoso a lo largo de la hora larga de «ceremonia».

Bernardo García-Bernalt Alonso en sus notas al programa titulaba el concierto Haydn, el orador ilustrado algunas de las cuales iré intercalando, nos ilustra sobre el origen de esta obra «para una celebración devocional singular, muy en consonancia con el modelo cultual de la Ilustración: el ejercicio de Las tres horas. Tal acto se venía celebrando desde hacía años en La Santa Cueva, un oratorio subterráneo en el centro de la ciudad de Cádiz. La ceremonia tenía lugar a mediodía del Viernes Santo y su objeto era la meditación sobre las frases que, según los evangelios, Cristo pronunció en la cruz». El Cuarteto Quiroga en un estado de absoluta compenetración y un sonido compacto, que la acústica favoreció (para ello elegí sentarme hacia atrás), arancó L´introduzione mostrando las cualidades de tantos años trabajando juntos, un solo corazón donde confluyen dos venas (Josep Puchades, viola y Helena Poggio, violonchelo) y dos arterias (Aitor Hevia con Cibrán Sierra en los violines) bombeando y limpiando una sangre musical que fluye por los instrumentos de los cuatro con el mismo latido por las aurículas y ventrículos de cuerda.

Antes de la primera palabra, Sonata I «Pater, dimitte illis, quia nesciunt, quid faciunt» y así a lo largo de los siete sermones primigenios «tras cada uno de los cuales se debía escuchar un movimiento lento que invitara a la meditación ante el calvario que presidía, y aún preside, el oratorio. Prédicas y música irían alternando y, tras la séptima sonata, sonaría la representación musical del terremoto que siguió a la crucifixión»Cibrán Sierra oficiaría de «Pastor» con las lecturas sacadas de los cuatro evangelistas sobre los últimos momentos de Jesús en la Cruz, preámbulo del discurrir de todas ellas y obligada meditación durante su escucha.

Imposible quedarse con alguna de las últimas siete palabras que Haydn convierte en música, estados anímicos, esplendor de esperanza unido al dolor compartido, unas cuerdas que lloran y conmueven, el sonido impoluto lleno de amplias dinámicas respetadas desde un silencio sepulcral que hacían todavía más expresivos los silencios, resonando el cello de Helena Poggio como la piedra que conecta con el suelo. Maravilloso observar los arcos, el escrupuloso respeto a lo escrito y especialmente la unidad de sonido que tanto en unísonos como en respuestas o motivos pasando de uno a otro alcanza el Cuarteto Quiroga del que puedo decir que sigo desde sus inicios hace más de dos décadas. Años de trabajo conjunto y tan necesarios en esta formación consiguen sumar talento y unir en un solo ente y mismo latido unas páginas donde «papá Haydn» encuentra inspiración sinfónica desde lo camerístico.

Vuelvo a citar a Bernardo García-Bernalt Alonso: «La recepción y circulación que la edición para cuarteto tuvo en España fue notable, como atestiguan su presencia en diversas bibliotecas y archivos, así como la venta de la partitura, anunciada en prensa desde 1790. De hecho, es probable que, durante el siglo XIX, fuera esta la versión que se interpretaba en el La Santa Cueva, colocando a los músicos en una galería superior que comunica con el testero de la capilla por dos ventanales. De este modo, como evocaba Castro y Serrano en 1866, «la melodía baja del cielo y suspende el ánimo del auditor»».

Cada lectura del evangelio nos preparaba anímicamente e incluso el «Pater Serra» declamaba con buena dicción unos versículos que Haydn transmutaría en música con la palabra «del Quiroga». La Sonata V «Sitio» jugó con unos pizzicatti delicados contrapuestos a la tensión siguiente, hasta llegar a Il terremoto final que no hubiese necesitado presentación para abrirnos las carnes, los oídos y hasta el amor por una música que el Cuarteto Quiroga ha hecho suya.

Finalizo con las notas del profesor García-Bernalt pues el Cuarteto Quiroga las interpretó al pie de la letra: «(…) cada una de las siete sonatas comienza en el primer violín con una breve melodía que se ajusta al texto evangélico, como si de una línea vocal se tratara; este motivo sirve como idea principal (Hauptsatz) que recorre y vertebra la sonata (Haydn insistió a su editor para que esas palabras aparecieran claramente bajo las notas correspondientes). A pesar de la homogeneidad, Haydn logra una subyugante variedad mediante un plan tonal imaginativo –incluso aparentemente extravagante–, organizado simétricamente en torno a la sonata central por pares de movimientos equidistantes de esta. A ello une una exquisita fluidez melódica y un uso innovador de la forma sonata. Su obra atrapa al oyente y, como fue la voluntad declarada del autor, «provoca la más profunda emoción del alma, incluso en la persona más sencilla». Pura oratoria musical». En mi caso titulo esta entrega «Las palabras se hacen música»….

Buena «misa dominical» antes de subir esta noche al Palacio de Carlos V para buscar un paraíso vienés que contaré sin prisa pero sin pausa.

Cuarteto Quiroga:

Aitor Hevia, violín  – Cibrán Sierra, violín – Josep Puchades, viola – Helena Poggio, violonchelo.

PROGRAMA

Joseph Haydn (1732-1809):

Die sieben letzten Worte unseres Erlösers am Kreuze, HOB.XX:2

(Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz, 1787):

L´introduzione

Sonata I «Pater, dimitte illis, quia nesciunt, quid faciunt»

Sonata II «Hodie mecum eris in Paradiso»

Sonata III «Mulier ecce filius tuus»

Sonata IV «Deus meus, Deus meus, utquid dereliquisti me»

Sonata V «Sitio»

Sonata VI «Consummatum est»

Sonata VII «In manus tuas Domine, commendo spiritum meum»

Il terremoto

Perianes reparte juego

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Viernes 10 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono XI OSPA: «Mozart y Perianes». Javier Perianes (piano), Cuarteto Quiroga, OSPA. Obras de W. A. Mozart.

El titular de la entrada no es una referencia al juego de mus, en tal caso a la «MÚSica» pero aprovechando que el onubense Javier Perianes (Nerva, 1978) es futbolero y merengue para más señas, no quería perder esta vez las referencias al deporte, al balompié, al trabajo en equipo y al disfrute que supone escucharle, tanto en el encuentro previo al concierto, con más presencia de la habitual, donde su cercanía, humor y buen talante nos preparó a todos para la terapia mozartiana en esta nueva visita a la capital, y además con la compañía de nuestros amigos del Cuarteto Quiroga.

Comentaba el pianista sus inicios en la música como terapia para un niño travieso, nada raro entonces, donde un concierto le atrapó, el apoyo de sus padres, el clarinete que su tía cambió por un piano tras los veranos en La Antilla, los esfuerzos y su eterno agradecimiento para todos sus profesores, desde sor Julia Hierro, la primera y hoy nonagenaria con quien aún habla antes de los conciertos y reza por él desde el asilo, pasando por Ana Guijarro en sus años sevillanos, o Josep Colom, de todos y cada uno con el recuerdo de su permanente magisterio, más el siempre necesario apoyo de su esposa Lidia, que además de pianista conoce como nadie a su pareja.

Le preguntaba «el habitual» de cada encuentro en la Sala de Cámara tres cuartos de hora antes de los conciertos, qué obras habían sido las más difíciles y Perianes no dudó  en contestarle que las actuales, siempre nuevas y distintas porque el directo es irrepetible, incluso cuando graba prefiere hacerlo de un tirón y que sea el ingeniero quien elija la toma buena, sin «corta y pega» porque Javier es además de un excelente pianista es un tipo espontáneo, cercano, «disfrutón», con las ideas claras de quien vive el momento y contagia alegría de vivir con, por y para la música.

El programa íntegro de Mozart comenzaba con el Concierto para piano nº 24 en do menor, K. 491 (1786) en una reducción para cuarteto de cuerda con piano, un cinco muy baloncestístico donde el de Nerva sería como un buen base que tiene memorizadas las jugadas, cuenta con un equipo de estrellas y reparte a diestro y siniestro, con bandejas y asistencias para que los compañeros rematen, generosidad, respeto y dominio del parqué. Este vigésimo cuarto del de Salzburgo nos dejó la feliz conjunción y entendimiento de un quinteto que lleva años jugando juntos, y que en palabras del musicólogo y compositor británico Arthur Hutchings (1906-1989), el mayor especialista del genio austriaco, considera su esfuerzo más sutil: «se trata de una obra oscura y apasionante, hecha más sorprendente por su restricción clásica, y el movimiento final, un conjunto de variaciones, es comúnmente considerado como ‘sublime’ (…)», y al de Nerva, que llevo años denominándole «El Sorolla del piano» por su luminosidad, no quiero olvidarme de las llamadas ‘sombras coloreadas’ tan del gusto impresionista, con todo el juego aportado por el Cuarteto Quiroga y el piano siempre limpio, claro y presente, convirtiendo el concierto orquestal de sonoridades y texturas que lograría la sección de viento del lienzo sinfónico, llevado a una paleta ligera y tenue de acuarela donde no hay posibilidad de corrección, y el quinteto no la necesitó, repartiendo «el base» y esquivando en solitario desde su puesto retrasado que aunaba e integraba este concierto tan vienés, desde el patético Allegro inicial a la luz del Larghetto para volver a los claroscuros del Allegretto final donde no faltarán los toques musicales humorísticos del Mozart en estado puro, pasajes virtuosos y el preciso contrapunto con diálogos motivados y tímbricos en este verdadero equipo de estrellas.

Ya con la plantilla perfecta y la selección OSPA con un equipo donde «Los Quiroga» se integraron a la perfección en la llamemos columna vertebral de la cuerda, y con Cibrán Sierra de concertino en perfecto entendimiento con Perianes, llegaría el Concierto para piano nº 12 en la mayor, K. 385p (414), compuesto a finales de 1782 en la tonalidad que para Mozart era sinónimo de lirismo y serenidad, y en su momento anunciado como que «puede(n) ser interpretados no sólo con un acompañamiento de gran orquesta y vientos, sino también con un quattro, es decir, con dos violines, viola y violonchelo». Fiel por tanto a esta idea de Mozart intentando publicarlos por suscripción, más allá del enfoque utilitario (recordar que los músicos también comen), con Perianes en el centro del campo me recordaría al mejor Iniesta, aunque como merengue tendré que llamarle mejor Luka Modrić por los triunfos del madridista y la veteranía que supone una trayectoria que en el piano es siempre más longeva que en el fútbol.

Más que dirigir o concertar, Perianes desde el piano marca lo necesario para dar confianza al equipo, la «serenidad de la mayor», además de exigir más responsabilidad en cada parcela del campo, y así fluyó la terapia musical de este duodécimo. Aires de serenata, el lirismo que nunca falta, las cadencias -desconozco la autoría -bien encajadas porque los pases van al hueco donde siempre hay la recepción exacta y viceversa, todo el equipo engrasado, disfrutando porque aquí no es necesaria «la épica blanca» sino el disfrute con el toque, escuchándose, vibrando, contagiando energía, vitalidad, todo en una ejecución de Champions, con la plantilla funcionando desde la línea medular –como llaman los periodistas expertos– de la cuerda hasta una madera de lo más mozartiana y unos metales junto a los timbales sin necesidad de «sobar la bola» ni «echar balones fuera», más bien integrándose en esta unidad terapéutica con los ‘amados clarinetes’ desde aquel 1777 en Mannheim, con el Andante para recrearse todos al primer toque, sutiles, compactos, con la posesión justa para mover esta música donde el «mediocampista» lució galones sin necesitar excentricidades.

Y en este espectáculo de los tres conciertos de Mozart tan vieneses, el Concierto para piano nº 21 en do mayor, K. 467 (1785) sin clarinetes pero con el mismo equipo y estructura nos trajo al Perianes en modo Toni Kroos, actual, certero, manejando este bellísimo concierto (que lleva de sobrenombre «Elvira Madigan» por la película que popularizó su segundo movimiento), sin necesidad de partitura, plenamente integrado en su quehacer desde distintos campos y equipos pero con la confianza de jugar en casa, secundado y apoyado, sin miedo escénico ni presión porque el triunfo estaba asegurado y este partido  era para disfrutarlo tanto en el campo como desde la grada. Cibrán un lateral izquierdo que sube la banda, Poggio en el derecho sin dejar pasar nada, más «adelantados» Puchades y Hevia (habitual con la elástica asturiana) en posición de refuerzo central, con una delantera de viento capaz de atacar con sutileza y elegancia, y de sacrificarse «recuperando balones» manteniendo un excelente trabajo de equipo donde Perianes repartió todo el juego que atesora en su cabeza, corazón y dedos. Si el Allegro maestoso hizo gala del calificativo, con perlas al piano, dinámicas de claroscuros y guiños sinfónicos, el famosísimo Andante fue de una hondura capaz de cortar la respiración, abriendo el campo de escucha con una cuerda gustándose mutuamente, y el inmenso Allegro vivace assai atacado sin fisuras, casi diabólico por un feliz alboroto lleno de descaro compositivo e interpretativo, contagioso para toda la selección orquestal, con el Mozart que parecía tener en mente la diversión pianística y los juegos con la orquesta perfectamente dispuesta y capaz de tocar.

El partido se nos hizo corto en el escenario ovetense pero podré recordarlo como otro encuentro de los que hacen afición, con este equipo OSPA de primera al que Mozart siempre le sienta bien, más con los compañeros de este noveno de abono.

Todo con cuerda

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Viernes 17 de marzo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono 7 El cuarteto ampliado, OSPA, Cuarteto Quiroga (dirección), Obras de Barber, Shostakovich y Schubert.

A veces resulta difícil desenredar la madeja y no comprendo cómo se pueden ofrecer dos conciertos con las principales orquestas asturianas el mismo día y a la misma hora en «La Viena española», cuando las agendas se programan con tiempo más que suficiente, y es posible organizar la amplísima oferta musical ovetense. Así llevamos varias ocasiones y no quiero tensar el arco pero se necesita coordinación desde los distintos entes, pues no solo se pierde taquilla, y lo digo porque paso por ella muchas veces, sino público,y más cuando se juega con obras y artistas tan interesantes, dejando un panorama con demasiadas butacas  vacías en el auditorio que no se merece.

Habrá que hilar más fino para el futuro y también para nuestra OSPA a la que la necesidad de un concertino es como nombrar la soga en casa del ahorcado, pero la vuelta del Cuarteto Quiroga poniéndose al frente de sus cuerdas hicieron olvidar carencias y nos dejaron la muestra de cómo la endeblez se suple trenzando las cuerdas para dar confianza, enseñar a escucharse, trabajar en conjunto y hacer que la sección casi siempre bien valorada de nuestra formación, consiguiese sonar como el título de este séptimo de abono, un cuarteto ampliado.

Aitor Hevia, Cibrán Sierra, Josep Puchades y Helena Poggio trajeron su magisterio del cuarteto en un repertorio camerístico que dominan como pocos y ha subyugado a otros compositores para ampliarlo al límite. Así lo entendieron «los Quiroga» optando por BarberShostakovich y Schubert, pues como bien escribe el doctor Daniel Moro Vallina en las notas al programa (enlazadas arribas) sobre el cuarteto: «(…) escritura para cuatro instrumentos solistas (dos violines, viola y violonchelo); interacción entre las voces, pero manteniendo su independencia; organización en cuatro movimientos basados en moldes como la forma sonata, el minueto o el rondó; y un carácter refinado, intelectual y a veces intrincado que se asemejaba a «cuatro personas juiciosas conversando», como lo describió Goethe en una ocasión». Los cuatro se sentaron en este telar sinfónico para brindarnos verdaderos tapices, con toda la gana del blanco al negro del estadounidense, las geometrías del ruso más todo el colorido del austriaco, usando lana o hilo de seda dependiendo del motivo a tejer. El asturiano de nuevo como concertino (y de ayudante María Ovín) puso la precisión en los primeros, el gallego la pasión en los segundos, el valenciano la sobriedad de las violas, y la madrileña la contundencia del cello ampliada con los contrabajos en este programa que «(…) refleja la evolución del cuarteto en el siglo XX (…) retoman(do) el género».

El Adagio para cuerdas op. 11 (1936) de Samuel Barber (1910-1981) siempre pone un nudo en la garganta, puede que al recordarlo en la terrible escena de la película «Platoon» (1986) sobre la guerra de Vietnam y dirigida por Oliver Stone ilustrando la muerte del sargento pero también convertido en Agnus Dei. La tristeza grandiosa por la gama de grises tejidos con blanco y negro por el CuartetOSPA la pudimos apreciar desde el pianísimo inicial, toda una gama dinámica de esta orquesta hoy más compacta y homogénea que nunca, con silencios sobrecogedores, el duelo sobrevenido de tantos recuerdos y la visión casi danzante de los arcos, que solo al bajarse arrancaron la primera gran ovación de la noche en esta partitura aún más grandiosa que la primigenia.

Dmitri Shostakovich (1906-1975) será una de las figuras en retomar esta forma camerística, incluso comparte con Barber dolor, «A la memoria de las víctimas del fascismo y la guerra» que sigue tristemente de actualidad en la portada de su Cuarteto de cuerda nº 8 en do menor, op. 110 (1960) orquestado por Rudolf Barshái (1998), pasando a conocerse como Sinfonía de cámara op 11a. Cinco movimientos sin pausa que combinan el humor y las variaciones con el criptograma de sus iniciales D-S-C-H, el arranque de un cello violinístico como primer hilo de color antes de mover fuerte y rápido el bastidor del telar incorporando más bobinas y tejiendo un tapiz que alterna pedales lineales, triángulos de vals tan socarrones como el compositor ruso, y el círculo mágico de amplia gama cromática. Impresionante ver trabajar todas las cuerdas sustentadas en la dirección del Quiroga, arpilleras austeras en una pasada, hilos sedosos en otra para una alfombra sutil que funcionó rítmica y bella, apreciando tanto los detalles en la confección (comprobando las entradas todos a una) como el resultado final de esta gran sinfonía camerística, verdadera práctica musical de conjunto y escuela para diletantes noveles o veteranos.

Gustav Mahler (1860-1911) siempre admiró a Franz Schubert (1797-1828) desde sus tiempos de estudiante y el deseo de interpretarlo. Gran conocedor de la música de cámara, el Cuarteto nº 14 en re menor, D. 810, “La muerte y la doncella” (1824) lo llevó a Hamburgo con orquesta en 1894 aunque criticado por «privarle de su encanto e intimidad original». Evidentemente no era aún el «tiempo de Mahler», que transcribiría este cuarteto de Schubert que «El Quiroga» tiene dominado hace tiempo, por lo que con la OSPA en este séptimo, recrearían cual encaje de bolillos todas las filigranas de los cuatro movimientos en una lección de coordinación total, vistiendo la muerte con tensión sincronizada en el inicio para dejarnos la doncella feliz con verdadero hilo de oro en el final. Sonido limpio, claridad expositiva, riqueza dinámica, silencios sobrecogedores e incluso el vértigo del presto rematando un concierto donde todo concuerda cuando la cuerda funciona y las manos maestras ayudan, comparten y convencen. Merecidos aplausOS PAra todos, esperando no se pierda el hilo de colaboración con mi siempre admirado Cuarteto Quiroga en proyectos tan esperados como este de éxito rotundo.

¡¡Feliz cumpleaños Aitor Hevia en tu tierra!!

La excelencia del cuarteto

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Miércoles 19 de octubre, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Gijón. Sociedad Filarmónica de Gijón, concierto nº 1654: Cuarteto Quiroga (Aitor Hevia, Cibrán Sierra, Josep Puchades, Helena Poggio). Brahms: Cuartetos de cuerda op. 51, nº 1 y nº 2.

Segundo concierto de la actual temporada gijonesa y recuperando de la pasada a mi admirado Cuarteto Quiroga con un programa que dominan como pocos: los cuartetos opus 51 números 1 y 2 de Brahms (1833-1897), que tienen grabados (Frei Aber Einsam) e interpretados en orden inverso, perfectamente analizados en las notas al programa por Jorge Trillo Valeiro, incluyendo el encuentro con los músicos (Aitor Hevia y Cibrán Sierra) del día anterior, una buena iniciativa de la Sociedad Filarmónica que siempre ayuda a conocer las obras que escucharemos y sus intérpretes.
El Cuarteto Quiroga, galardonado en 2018 con el Premio Nacional de Música en la modalidad de Interpretación, premio concedido por el Ministerio de Cultura y Deporte y cuyo jurado le destacó “por ser uno de los conjuntos de cámara más singulares de la nueva generación” y “por su implicación en la difusión de la música actual, en especial de la creación española”, destacando también “su significativa labor docente y su proyección internacional, que les ha llevado a los principales festivales y salas de conciertos de Europa y América, con proyectos de colaboración con artistas de la talla de Martha Argerich, Javier Perianes, Veronika Hagen o Valentin Erben”, por lo que siempre es un honor y verdadero placer tenerlos en Asturias con quien les unen muchos lazos desde un Llanes lejano y juvenil.
Las dos joyas de los cuartetos camerísticos que interpretaron este miércoles en el Jovellanos, sirven de «excelente disculpa» para conmemorar el 125 aniversario de la muerte del considerado como último de los románticos. Y añado arriba una de las fotos de la propia Web del Quiroga porque nada los describe mejor, (R)evolutions, cuatro cuerdas delicadas que se unen en una para fortalecerse, órganos que funcionan independientes pero se necesitan para dar vida a la música.
Hace cuatro años escribía de ellos: «Un cuarteto de cuerda es un organismo múltiple que funciona con un solo corazón, todo encajado al milímetro y dotado de un alma intangible que surge de la unión de virtuosos en cada instrumento capaces de sentir como uno. No hay muchos cuartetos así, pues a menudo se juntan cuatro músicos, mejores o virtuosos, incluso grandes solistas, pero la diferencia entre el verdadero y el ocasional reside en un trabajo muy duro a base de compartir gustos, dialogar en el amplio sentido del verbo, consentir, ceder para crecer y a fin de cuentas convivir para disfrutar felices«. Ahora sólo cabe añadir que el tiempo ha fortalecido aún más este corazón que rinde tributo a Manuel Quiroga latiendo al ritmo de Brahms.
El Cuarteto de cuerda en la menor, op. 51 nº 2 ocuparía la primera parte, cuatro movimientos para degustar y soñar, matices extremos, consistencia, claridad, musicalidad a raudales y ese aroma «alemán» que bien describía antes de la propina Cibrán Sierra. Allegro non troppo en su justa medida, con ese final que levantó espontáneos aplausos (supongo que también por desconocimiento de parte del público poco conocedor del programa a escuchar); Andante moderato para paladear, con esa «cuerda infinita» de los violines de Hevia y Sierra al chelo de Poggio, siempre en su sitio, pasando por la viola «bisagra» capaz de sonar como ambos e imprescindible en la escritura del hamburgués con un Puchades soberbio; Quasi Minuetto, moderato plenamente  vienés, con ese cambio de tempo que encajan los cuatro como una sola cuerda, cerrando un siglo donde el cuarteto sería mucho más que un banco de pruebas y abriendo nuevos lenguajes que el Quiroga interpreta como nadie; y el Finale. Allegro non assai remataría este segundo de los opus 51 (compuestos simultáneamente a lo largo de 20 años largos), incisivos y aterciopelados, balances ideales que engrandecen lo escrito al escucharlos en vivo desde unas compenetración única y admirable.
Para la segunda parte el Cuarteto de cuerda en la menor, op. 51 nº 1 más tradicional si se me permite el calificativo, académico si se prefiere, igualmente con cuatro movimientos y cercano al Brahms sinfónico que así enfoca el Quiroga. Las iniciales FAE de las notas en alemán, a modo de criptograma utilizando el lema del amigo de Brahms el gran violinista Joseph Joachim Frei aber Einsam (libre pero solitario) que también da título al CD que recoge ambos cuartetos, abren el Allegro, serenidad y poso, equilibrio entre agudos y graves, dinámicas.plenamente románticas, recuerdos de Schubert o Beethoven, juego de caracteres y tonalidades, donde el desarrollo temático tiene más importancia que los motivos, pudiendo apreciarse en cada uno de los integrantes del Quiroga; Romanze. Poco adagio maduro en escritura e interpretación, hondura casi espiritual, cual coral luterano sin palabras para un agnóstico convencido, cuerdas cantando a una; Allegretto molto moderato e comodo donde disfrutar de la tímbrica individual y la sonoridad cuartetística, el «intermezzo» que pese a lo repetitivo nunca es igual, pizzicati completando un dúo de violines sonando como uno de imposibles dobles cuerdas, casi contracantos que permutarán presencias con el pulso natural empujando hacia el Allegro final, sustancioso desde el rotundo inicio con el cuarteto a unísono volviendo a demostrar el único latido e impulso musical, entrega total, respeto a lo escrito y una versión llena de vitalidad en este regreso a nuestra tierra que es la de ellos.
Tras cuatro rosas (tres rojas y una blanca), el agradecimiento y palabras de Cibrán antes de regalarnos In stiller Nacht que también cierra la mencionada grabación, de nuevo la coralidad popular de Brahms transcrita a las cuerdas unidas que cantan a una con el empaste de una canción sin palabras, popular porque es del pueblo y así lo sentimos todos los que pudimos disfrutar del Cuarteto Quiroga. El próximo mes seguirá la música de cámara pero con el quinteto VentArt que espero no perdérmelo y contarlo desde aquí.

La excelencia de sumar piano y cuarteto

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Jueves 28 de octubre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano Luis G. Iberni. David Kadouch (piano), Cuarteto Quiroga. José Ramón Hevia, in memoriam. Obras de: F. Chopin, Clara Schumann, A. Ginastera y R. Schumann.

Buen arranque de las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni» con el francés David Kadouch (Niza, 1985) al que se sumaría el Cuarteto Quiroga (2003) en plena mayoría de edad para rendir el merecido homenaje a su «inspirador» y apoyo constante, mi querido José Ramón Hevia, siempre en nuestra memoria, padre de Aitor y David, que este jueves se hubiera «quitado el sombrero» orgulloso de este concierto en nuestro auditorio, el mismo que va retomando la (a)normalidad de toses, móviles, objetos caídos, aforos ampliados, programas de mano en papel, descansos y mascarillas varias.
Nada mejor que comenzar escuchando a Frédéric Chopin (1810-1849) y sus tres Nocturnos op. 9, que Kadouch afrontó desde la elegancia e intimidad del primero, la delicadeza nostálgica del famoso segundo y la auténtica explosión romántica del tercero, tres planetas sonoros en un mismo universo que fueron acercándose en ese firmamento pianístico que sigue siendo necesario tanto en las filarmónicas como en los grandes auditorios.
Y reivindicando el papel de las mujeres compositoras, buena idea incluir a Clara Schumann, o mejor Clara Wieck (1819-1896) con el apellido real, quien en sus Variaciones sobre un tema de Robert Schumann, op. 20 no solo domina la obra de su esposo sino que la reelabora como excelente intérprete que fue, con un Kadouch esculpiendo el sonido claro, la digitación limpia y los pedales certeros en unas variaciones que fueron las estrellas del cielo pianístico.
Reubicando el escenario llegaría a continuación el Cuarteto Quiroga (Premio Nacional de Música 2018) con el gran Alberto Ginastera (1916-1983)  y su Cuarteto de cuerda nº 1, op. 20 (1948) demostrando de nuevo la excelencia interpretativa en este repertorio (grabado en su CD Terra) que saca a relucir tanto los recursos de cada instrumento como la necesaria compenetración de sus miembros afrontando esta maravilla del compositor argentino. Es maravilloso comprobar el sonido cuidado, la sonoridad única, el ímpetu y entrega en cada uno de los cuatro movimientos (I. Allegro violento ed agitato II. Vivacissimo
III. Calmo e poetico
IV. Allegramente rustico
) donde todo está encajado al milímetro, pulsión única pese a las dificultades que conlleva por los cambios de compás, ritmos enloquecidos y dinámicas asombrosas que «el Quiroga» lleva a la excelencia. Como escribe Arturo Reverter en las notas al programa (enlazadas al inicio en las obras) de este cuarteto del compositor porteño, «encontramos el espíritu estilizado -un factor folklórico subyacente- que habíamos anotado…» entendido a la perfección por estos cuatro intérpretes únicos (Aitor Hevia, Cibrán Sierra, Josep Puchades y Helena Poggio) que siguen ampliando horizontes en un repertorio ideal.
Y sumar el piano al cuarteto no resulta cinco sino UNO, inmenso, «experimento camerístico» de visión sinfónica como es el Quinteto para piano y cuerda en mi bemol mayor, op. 44 de Robert Schumann (1810-1856). Importante para el Cuarteto Quiroga encontrar pianistas que respiren como ellos, enriqueciendo sonoridades, latido único en esta formación donde la calidad se da por supuesta y la musicalidad es el toque de distinción. David Kadouch encajó a la perfección con el espíritu interpretativo de este Schumann que homenajea a Beethoven, a Schubert e incluso a Mozart, tal y como disecciona Reverter el quinteto para piano y cuerda. Cuatro movimientos (I. Allegro brillante II. In modo d’una marcia. Un poco largamente III. Scherzo: Molto vivace IV. Allegro ma non troppo ) que exploran formas y fondos, momentos líricos y concertísticos de protagonismos compartidos, conjunción y ejecución a cinco sonando en total y certera unidad, con balances cuidadísimos, fraseos impecables y entrega apasionada.
De regalo no podía faltar el Shostakovich al que José Ramón Hevia admiraba y hasta compartía carácter socarrón e incluso humorístico, músicos de largo alcance, dedicación y bonhomía, como recordaba Cibrián Serra en la dedicatoria previa. El irrepetible ruso que tanto Kadouch como «los Quiroga» tienen en sus atriles individuales, esta tarde aunados en feliz encuentro para el Scherzo de su Quinteto en sol menor, op. 57, resposado y repasado,  pero especialmente dedicado y delicado.

La belleza del cuarteto

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Miércoles 16 de mayo, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Sociedad Filarmónica de Gijón, concierto 1.602, «Grandes cuartetos de cuerda II»: Cuarteto Quiroga. Obras de Bartók y Schubert.

Un cuarteto de cuerda es un organismo múltiple que funciona con un solo corazón, todo encajado al milímetro y dotado de un alma intangible que surge de la unión de virtuosos en cada instrumento capaces de sentir como uno. No hay muchos cuartetos así, pues a menudo se juntan cuatro músicos, mejores o virtuosos, incluso grandes solistas, pero la diferencia entre el verdadero y el ocasional reside en un trabajo muy duro a base de compartir gustos, dialogar en el amplio sentido del verbo, consentir, ceder para crecer y a fin de cuentas convivir para disfrutar felices.
El Cuarteto Quiroga es como una familia que funciona todos a uno, la unión hace la fuerza, encuentros bien programados y conciertos que exceden el ámbito puramente musical para convertirse en una reunión de afectos compartidos. Sus discos reflejan también todo este ambiente y trabajo previo antes de registrarse para convertirse en algo atemporal, pero su directo siempre es irrepetible.

Aitor Hevia, Cibrán Sierra, Josep Puchades y Helena Poggio volvieron a recordarnos la belleza del cuarteto, no solo la musical que puede provocar un «Síndrome Quiroga«, sino también plástica, visual, una verdadera danza de arcos y cuerpos fundidos con cada instrumento, respiraciones al unísono, compases hirientes y silencios profundos, sosiego tras la tensión para un espectáculo único de feliz conjunción a cuatro para alcanzar momentos mágicos. Una breve gira por Gijón, Avilés y Lugo con dos páginas increíbles, difíciles, esforzardas, que interpretan con ese sello único, el segundo de Bartók y el decimocuarto de Schubert.

Dejo aquí arriba escaneadas las notas al programa de Andrea García Torres para centrarnos en la génesis previa a la escucha, si bien Cibrán Sierra, estudioso de este género y formación histórica, nos habló antes de comenzar sobre el nexo entre ambas compositores y las obras elegidas, que podría parecer extraño pero no lo fue haciéndonos ver el nexo común de la inspiración en el folklore y lo popular, la música de la tierra, Terra como su último disco donde aparece el mismo «cuarteto gijonés», la inspiración de Bartok y Schubert en sus países y viajes, también la de los intérpretes en este viaje sin retorno.

El Cuarteto nº 2, Op. 17, Sz. 667 de Béla Bartók es de una exigencia total desde el primer compás del Moderato inicial, el hilo sonoro que va tomando cuerpo, creciendo, fundiendo sensaciones, ritmos, fraseos, ligaduras, matices extremos desde una ternura ingenua a la tensión dramática, unidad y variedad en ese instrumento único del cuarteto de cuerda, percibiendo cada uno y el todo, tomando palabras del libro de Sierra, un viaje a la dinámica interna del cuarteto de cuerda. El Allegro molto capriccioso. Prestissimo eleva las exigencias para los intérpretes y el público, ritmos centroeuropeos, juegos tímbricos, esfuerzo compartido, pulsación con razón, complicidad permanente para afrontar este «capricho» que hace posible lo imposible hasta en los guiños cómicos de cada componente, frases intercambiadas, diálogos a pares, empuje unitario en pasajes a unísono increíblemente y perfectamente encajados. Y terminar con el Largo de cortar la respiración, ese «cuarteto como conversación» que «Los Quiroga» regalan en cada concierto, volver al hilo inicial que se deshace tenue y rasgado con delicadeza, colores ocres como la tierra seca llena de esa belleza del húngaro que el cuarteto eleva a obra maestra, pinceladas combinadas en cada instrumento, en cada tesitura, formando una estampa uniformemente variada, magia de maestros.

En su libro el profesor Sierra escribe sobre cómo construir una interpretación o cómo se configura el carácter de grupo, pero no solo la teoría sino desde la práctica docente y real con este cuarteto que surgió en Llanes, se precocinó unos años antes en este mismo escenario de Gijón entre el gallego y la madrileña (como recordaba el orensano) en aquellas concursos de Juventudes Musicales, y acabó convirtiéndose en este cuarteto que triunfa merecidamente allá donde va, creciendo su fama en igual medida que su calidad por la convivencia de este ser vivo irrepetible solamente posible por un mismo latir que rompe barreras y distancias.

El Cuarteto nº 14 en re menor D. 810 «La muerte y la doncella» (Franz Schubert) es probablemente de las partituras camerísticas del vienés más utilizadas en el cine, haciéndose por ello popular pero que nunca cansas de disfrutar en vivo. Tras el Bartók de la primera parte, el Cuarteto Quiroga afrontaría esta segunda retrocediendo en el tiempo pero avanzando en hondura, madurez y sentimiento. Siguen asombrando por la precisión corpórea en unísonos, la unidad tímbrica del grupo sin renunciar al papel individual, el ímpetu y tensión puntual, mantenida hasta el último golpe de arco, los pianissimi unificados como si de un solo instrumento se tratase, magia y trabajo del cuarteto, los planos en su sitio con sutileza, sin brusquedad, el balance ideal que pasa del papel al instrumento y de éste al público. El Allegro luminoso, cómplices a pares, brillante y aterciopelado, el Andante con moto cantado y variado, agitación con terrores que la música subraya; ritmo puro como la forma Scherzo (Allegro molto) buscando plasmar desesperación, agonía, belleza en el centro, detalles extremos para disfrutar del colorido cuarteto, tan usado en el cine, antes de enlazar con el Presto virtuoso, mágico, desenfrenado, tempestad que todavía corre hasta la muerte final exacta, casi la de Aitor y un arco de guadaña, tal resultó la entrega que tuvo la recompensa de unos larguísimos aplausos por parte de un público respetuoso que casi llenó el coliseo del paseo de Begoña.

Aún hubo tiempo y fuerzas para un villancico, la Panxoliña para o Nadal de José Pacheco, del archivo de Mondoñedo con aires vecinos de muñeira que el Cuarteto Quiroga hace eterno lo popular cuando se interpreta y siente como ellos saben. Un concierto que a la salida muchos pedían repetirse en la próxima temporada de la que ya hay avance (Juan Pérez Floristán, Cuarteto de Leipzig, Emilio Moreno y Aarón Zapico o una Gala Lírica Asturiana con Beatriz Díaz y Alejandro Roy acompañados por el maestro Álvarez Parejo). Espero seguir contándolo desde aquí…

Mayúsculos Cuartetos menores

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Martes 18 de agosto, 20:00 horas. Festival de Verano Oviedo 2015, Claustro del Museo Arqueológico de Asturias: Cuarteto Quiroga: Aitor Hevia (violín), Cibrán Sierra (violín), Josep Puchades (viola), Helena Poggio (celo). Obras de Haydn y Brahms. Entrada libre.

En su cuenta de Twitter© el Cuarteto Quiroga escribía «500pers aforo completo y una cola con cientos fuera sin escucharnos. Luego dirán q la música de cámara es minoritaria«. Qué más se puede decir del concierto probablemente más esperados de este verano carbayón, algo nunca visto en cuanto a la expectación generada desde su anuncio, porque todos sabíamos que estábamos ante un acontecimiento que triunfa allá donde va, sinónimo de éxito y además en Oviedo ¡gratis!. Porque este cuarteto se le siente como nuestro aunque sólo sea una cuarta parte, la conexión asturiana no es «madreñismo» sino auténtica sinergia desde Llanes hasta Oviedo y un placer poder deleitarse con esta cuadratura del círculo, pasar del Palacio Real al Arqueológico, un cuarteto mayúsculo, casi hercúleo, que afrontó dos obras en modo menor, dos muestras de la excelencia que «El Quiroga» domina de principio a fin, Haydn, el padre del cuarteto, y Brahms, el alumno aventajado, dos momentos, clasicismo y romanticismo, para cuatro magníficos que funcionan como unidad total.

Soy muy dado a buscar paralelismos y no cabe duda que el mejor para hoy es el piragüismo, de hecho nuestra tierra presume de olímpica y universal en este deporte, esta vez en el llamado K4, auténticos campeones individuales que comparten embarcación para remar en perfecta sincronía, respirando al unísono y alcanzando triunfos allá donde compiten, tal es el grado de perfección y entendimiento de una formación que sólo el tiempo, y llevan más de diez años juntos, es capaz de elevar a estas cotas de trabajo permanente. El gallego Cibrán Sierra ha publicado el pasado noviembre un libro titulado «El Cuarteto de Cuerda: laboratorio para una sociedad ilustrada» (Alianza Editorial), casi un manual desde el que comprender esta formación en proceso inverso, casi de retroalimentación de la práctica a la teoría, la historia que nos ayuda a entender mejor y sin olvidar que para muchos de mi generación -y anteriores- supuso el itinerario previo necesario para alcanzar cotas mayores. Así entiende, tal como (d)escribe el cuarteto la música que interpretan desde el conocimiento profundo como docentes y ejecutantes, en una una embarcación que les está llevando por todo el mundo con la calidad como bandera. Ésta es la verdadera «Marca España», un asturiano, un gallego, un valenciano y una madrileña, capaces de acallar bocas con los hechos, la música de cámara con mayúsculas, accesible, popular y embriagadora para todos, moviendo masas en pleno verano carbayón.

El Cuarteto de cuerda en sol menor op. 20 nº 3 (Hob, III. 33) de Haydn es todo un catálogo de sensaciones y el mejor inicio en el mundo camerístico por excelencia, piedra de toque con la receta sempiterna a partir de entonces de los cuatro movimientos, el banco de trabajo y «laboratorio» para experimentar, un Allegro con spirito donde las cuerdas coquetean con un sustento claro del cello, el Menuetto (Allegretto) de evocación barroca por lo danzante y verdadera maravilla polifónica, riqueza de matices posibles desde la sutil limpieza de cada integrante del cuarteto, el extenso Poco adagio de lirismo intrínseco para paladear todos los registros sumados en empaste casi paradisíaco, pianísimos que cortaban el aire (hoy sin apenas interrupciones), silencios dramáticos preparatorios de cada frase con un cello «cantabile» poderoso pero nunca hiriente, acunado por sus tres compañeros de viaje, y el Allegro molto como guinda de un manjar, evolución sin involución sonora pues escuchar perfectamente a los cuatro sin perder unidad es la aspiración de toda la música en conjunto, siendo el cuarteto la mejor manifestación de ello y el elegido auténtica «prueba del algodón».

Brahms pide, exige más como conocedor de sus antepasados y admirador de Beethoven, el Cuarteto de cuerda en do menor, op. 51 nº 1 explora sonoridades, conjuga pizzicatos y arcos, trabaja la melodía en los cuatro instrumentos, da protagonismo desde la colectividad y lo impregna de sentimientos aún más elevados, contrastes y evolución sin revolución: Allegro, tensiones marcadas, sinceridad interpretativa, respeto a cada duración, a cada momento, progresión de cuatro elementos en todas sus combinaciones, sin excesos ni decaimientos; Romanze. Poco Adagio, el más brahmsiano posible, cantabile a más no poder, romanticismo en estado puro y más que el experimento sinfónico la cercanía de lo máximo con lo mínimo, complicidades en todas y cada una de las cuerdas vibrando y cantando como una para alcanzar el timbre celestial cargado de todo el sentimiento posible; Allegretto molto moderato e comodo, el mundo en miniatura, la mínima expresión para el mayor placer, la línea eterna en los extremos dinámicos sin perder plasticidad ni belleza, música cada vez más actual y cercana, conjugando punteo y arco en feliz mezcla tímbrica, para alcanzar el Allegro final que nos sumerge en la angustia, tortuoso, grave, profundo, punzante pero no hiriente, de pulsación vital, respiraciones a una, fraseos prodigiosos, sumas sin restar, multiplicación sonora y sin división de opiniones porque el resultado global te deja vencido ante tanta música directa al estómago, siempre «Brahms con sentido Quiroga».
De menores sólo las modalidades, mayúsculos los cuartetos y gigantesca la interpretación, no podían acabar sino con «un mayor» Haydn, el último movimiento del Op. 20 nº 4 para retomar el vuelo hacia las luces sin sombras.