La pandemia de «el bicho» ha traído muchas desgracias y parece que fue ayer cuando se redujeron los aforos en las salas de concierto, acudiendo todos con mascarillas para obrarse el «milagro»: la toses desaparecieron y hasta los móviles parecieron enmudecer, incluso pasamos un invierno sin gripe. Los japoneses llevan utilizando por cortesía y educación las mascarillas en los lugares concurridos, incluso en la calle, pues el contagiar aunque sea un resfriado es mal de muchos…
Pero la alegría en casa del pobre dura poco, se olvidan las mínimas normas de higiene, nos quitamos las mascarillas para volver como si no hubiese pasado el Covid, que aún habita entre nosotros al igual que la gripe que ataca de nuevo en cuanto llega el frío.
Las ganas han podido más que la prudencia y tristemente la mala educación retornó a las salas de conciertos, que es donde paso casi todas las tardes en «La Viena española» con una programación para todos los gustos y todos los públicos. De nuevo los teléfonos sonando pese a las recomendaciones por megafonía y en los programas de mano (que parece nadie lee), olvidándose no apagarlos o enmudecerlos, simplemente ponerlos «en modo avión» porque instalar inhibidores además de caro es poco recomendable para las personas responsables que pueden esperar sustos o imprevistos. No digamos la luz iluminada cuando se reciben mensajes, WhatsApp o vaya usted a saber… con las butacas preparando la navidad y «dando la nota» o poniendo la cara al descubierto (lo que daría por contemplarlas desde el escenario).
Acudir con bolsos, paraguas o demás artilugios es seguro de caída, que es precisamente más ruidosa de lo que se espera. Por favor, a nadie se le ocurre colocarlo directamente en el suelo para evitarlo o incluso ruede por debajo de las butacas… Aquí aparece el modo linterna del teléfono, nueva variante de «pocas luces» y menor educación para ampliar el catálogo de incivismo.
Más lo verdaderamente preocupante es lo que podríamos llamar «concierto de toses«. Está claro que en los momentos de menor volumen musical se hacen más evidentes y a nadie se le ocurre regalar estertores en los fortissimi, pues para ello además de conocerse la obra escuchada, se necesita un autocontrol o movimiento rápido en busca del pañuelo, tela o papel, que tampoco está a mano y rebuscar en un bolso puede ser peor el remedio que la enfermedad, olvidándose que lo más higiénico y práctico es colocar el antebrazo sobre la boca. Utilizar caramelos para evitar el carraspeo suele ser otro causante de ruidos que se hacen insufribles en el intento por amortiguarlo desevolviéndolo tan lento que de nuevo incurren en más perturbación y desasosiego para el «tosiferante» y el entorno de sufridores.
Este domingo ante un magnífico concierto de piano, casi presté más atención al ruido que a las nueces, pues el repertorio de toses fue digno de contarse. Hay todo tipo de tesituras y colores de tos: graves y agudas, registros intermedios, jóvenes y ancianas, con interpretaciones que van desde las notas picadas o «stacatto» a las largas, las percutidas y entrecortadas, los ecos o imitaciones, pues parece que una llama a otra y así «perpetuum mobile«, una oleada indiscriminada por todas partes donde no faltará algún que otro estornudo, incuso infantil siempre disculpable pero inoportuno cumpliéndose una de las Leyes de Murphy. Al menos esta vez no hubo bebés lloriqueando en el cochecito, pues la música no siempre amansa las fieras aunque sí despierta los pulmones e irrita la garganta. Y algo que antes era anecdótico acaba siendo otra verdadera pandemia. Se ha perdido el llamado civismo, los modales y la buena educación, directamente la normas de cortesía y vamos hacia el abismo.
En Oviedo he pasado vergüenza ajena cuando Sir John Eliot Gardiner al descanso pidió que cesase el «concierto de toses» por megafonía o suspendería el concierto. Y también Daniel Barenboim que traía su piano con público en escena, supongo que tan asombrado como yo, de tener que sacar su pañuelo y hacer señas de taparse la boca. Por favor, los conciertos son más que un acto social o el café donde sentarse a pasar la tarde y marcharse antes de las diez no vaya a pasarse la cena. El silencio es parte de la música al combinarse con sonidos determinados, que no ruidos, y los intérpretes lo necesitan también para concentrarse y darnos lo mejor de ellos. Teléfonos, toses y ruidos de todo tipo (incluso portazos o los clicks de los fotógrafos siempre apurados, que con las cámaras digitales al menos se han silenciado) además de ser una molestia, son verdadera falta de educación y la mejor forma de arruinar un concierto que hubiese sido magnífico.
Los políticos tan ocurrentes seguro que tomarán nota y hasta propondrán una asignatura (quitando otra) que se llame «Buenos modales» pero no servirá porque la escuela de la vida comienza en casa y Lo que Natura no da, Salamanca no presta. Por seguir, mal de muchos, consuelo de tontos, y la pandemia es nacional pues Asturias no es excepción tampoco en los modales.









