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Transfiguración y esperanza

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Sábado 24 de junio, 20:00 horas. 72 Festival de Granada, Auditorio Manuel de Falla, “Conciertos de Palacio”: Joven Orquesta Nacional de España (JONDE), Eliahu Inbal (director). Obras de Wagner y Bruckner. Fotos de Fermín Rodríguez.

Cuarto día de Festival y doblete en la Festividad de San Juan con la JONDE completando un duro trabajo desde el pasado 9 de junio con 13 reputadísimos profesores de diferentes especialidades llegados de distintas orquestas y conservatorios para el Segundo Encuentro Sinfónico de 2023, preparando un programa con la murciana Isabel Rubio de directora asistente y residente, para dejarla finalmente en manos del maestro israelí Eliahu Inbal (Jerusalén, 1936) con envidiable salud, ánimo y un eterno magisterio sacando de estos 92 músicos a su mando el mismo ímpetu que él transmite desde el podio.

Se notó la complicidad y esfuerzo para hacer de esta orquesta de “elegidos” (entre 18 y 28 años) un potente equipo musical, emocionando en las obras elegidas, propina incluida, que han girado por Baeza (sede de los encuentros), Almería, Jaén y finalmente Granada cual reválida final.

El profesor Pablo L. Rodríguez titulaba sus notas al programa “Muerte y transfiguración, Wagner y Bruckner” para centrarnos históricamente en estos dos genios para quienes el mundo sinfónico no tenía secretos, y me he permitido trastocar ese título por el de “Transfiguración y esperanza” ante la interpretación de unos músicos ya maduros en este vivero de la JONDE que pronto darán el salto a las orquestas profesionales.

Dos monumentos sinfónicos con el músculo orquestal y protagonismos compartidos, primero Richard Wagner (1813-1883) con el “Preludio y Muerte de Amor”, de Tristan und Isolde, WWV 90 (versión instrumental. 1857-1859), una de las obras clave para el desarrollo de la modernidad acompañado por la versión instrumental del Liebestod, que sustituye la parte cantada de la protagonista, pasando de la muerte de amor original para transmutarse en un amor eterno, introducción magistral donde disfrutar de cada gesto del maestro Inbal y la respuesta exacta de los jóvenes. Entregados mutuamente como enamorados de Wagner, el israelí fue sacando amplios matices con dinámicas extremas, fraseos impecables, llevando a cada sección por sus mejores recursos tímbricos, desde una cuerda tersa y aterciopelada (bravo los cellos), una madera empastada y ajustada, unos metales bien amarrados para el ímpetu que se podría esperar de ellos, más una percusión mandando y en su sitio. Interpretación mayúscula por parte de una JONDE que sin descanso y con toda la plantilla afrontaría el segundo reto de una tarde calurosísima que no les afectó en nada.

Anton Bruckner (1824-1896) era un wagneriano fervoroso y su Sinfonía nº 7 en mi mayor, WAB 107 (1881-83, rev. 1885) es contundente como pocas. Mi tocayo escribe cómo también se vio afectada por la muerte del propio Wagner cuyo pálpito le llegó tras visitarle en Bayreuth, decidiendo homenajearle con ese Adagio elegíaco que en nada se preveía tras el luminoso Allegro moderato inicial.

Destacar de nuevo a chelos, violas, más los solistas de clarinete y trompa sonando a gloria bendita, con algunos de los solistas y principales permutando posiciones siempre de agradecer en materia didáctica. La irrupción de las cuatro trompas wagnerianas no son solamente homenaje al amigo sino la afirmación de una sonoridad impresionante que el maestro Inbal llevó con mano izquierda mientras la derecha blandía una batuta nunca incisiva, bastón de mando permitiendo expresar los juveniles sentimientos de dolor de este segundo movimiento.

El Scherzo bruckneriano no tiene nada de broma y fue maravillosa la continuidad emotiva de todos los músicos llevados con primor por el maestro israelí, con unos metales que siempre me recuerdan las obras organísticas de este compositor católico (no sé si apostólico y romano).

El Finale majestuoso, casi cinematográfico y más resurrección que transfiguración de un “dios Wagner” pero también del mejor Mahler cuyo tiempo ya ha llegado y personalmente creo que el de Bruckner.

La propina auténtica “fuerza del destino” de una JONDE rotunda y madura llevada por un juvenil Eliahu Inbal que regaló de memoria toda su experiencia verdiana con esta obertura llena de gusto, dinámicas, expresividad y manejo orquestal como una de las batutas históricas todavía vivas. Viva VERDI.

Martín esencial

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Viernes 11 de febrero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono IV «Bruckner esencial»: OSPA, Nemanja Radulović (violín), Jaime Martín (director). Obras de Mozart y Bruckner.

Mientras seguimos a la espera del nombramiento del director titular para nuestra orquesta, al menos regresan al podio directores que dejan huella en ella como es el caso del santanderino Jaime Martín (1965), que incluso durante la pandemia nos dejó una Séptima de Beethoven para disfrutar desde casa.

Este cuarto de abono (tras la suspensión del tercero por avería de la caja escénica) nos traía a Gijón y Oviedo dos obras que ponen a prueba toda la complicidad de una orquesta con el podio, de nuevo química y entendimiento entre ambos, junto a la presentación del violinista serbio-francés Nemanja Radulović, al que tendremos que seguir muy de cerca, procedente de un país pequeño con mucho talento incluyendo el musical, toda una generación de jóvenes intérpretes balcánicos muy activos y populares en las redes sociales, hoy verdadero escaparate necesario para llegar a todos los públicos que habrá que captar para la música en vivo, pues la imagen y el talento son la mejor carta de presentación.

Nunca está de más escuchar a Mozart con una plantilla ideal para él.  El Concierto para violín nº 3 en sol mayor, K. 216 resultó de una luminosa y juguetona interpretación a cargo de Radulović por su impecable técnica, sonido maravilloso y visión propia teniendo a Martín de perfecto cómplice concertador. Las cadencias de cada movimiento fueron perlas llenas de amplísimas dinámicas, con unos pianissimi en todos muy cuidados dentro de un balance orquestal idóneo donde toda la cuerda, esta vez con el «Quiroga asturiano» Aitor Hevia de concertino invitado, nos dejó un tercero de Mozart imprescindible, tres movimientos a cual mejor y sin perder la homogeneidad, disfrutando sobre todo del Adagio, casi como un aria operística cantada por el violín lírico del serbio, verdadera «prima dona de las cuatro cuerdas», y el Rondó lleno de cambios en una agógica enloquecida pero bien entendida por todos los intérpretes que encajaron y se entendieron gracias a esa virtud de escucharse unos a otros.

Éxito clamoroso de este virtuoso del violín que sigue asombrando en las redes y nos dejó boquiabiertos con las Variaciones de Sedlar sobre el último Capricho de Paganini, capaces de acallar las toses que sobraron en los silencios mozartianos, endiabladamente envidiable y broche de oro para su primer viaje asturiano, que espero no sea el único.

Nuestra orquesta pienso que necesita más Bruckner, tiene músculo para él, y el director cántabro lo sabe, conocedor de todos los efectivos a los que exprimió al máximo en la Sinfonía nº 4 en mi bemol mayor, WAB 104 «Romántica» (versión 1880), no solo por unos bronces poderosos y que son un auténtico órgano sinfónico, también la madera segura y de presencia idónea en esta «romántica», los timbales mandando y al fin una cuerda compacta, tensa y tersa, nítida, presente ante el empuje del resto de secciones y capaz de «sobreponerse», seguir sonando precisa y aunada. Tal vez faltasen más graves pero el trabajo de violas, cellos y contrabajos por mantener el necesario equilibrio dinámico, así como la maestría de Jaime Martín en controlar cada detalle, redondearon una sinfonía imprescindible en los atriles de nuestra orquesta.

La elección de los tempi por parte del director santanderino fueron casi al pie de la letra según las indicaciones que comenzarán a ser más precisas e indicadoras de lo que el compositor deseaba en los albores del siglo XIX, con menos subjetividad que los genéricos términos italianos siempre dudosos, sin contar con las anotaciones a lo largo de cada movimiento, descriptivas y detallistas como en Bruckner era habitual.

No hubo dudas en ninguno de los cuatro movimientos, bien «leídas» por orquesta y director, comenzando con el primero «movido, no demasiado rápido» (Bewegt, nicht zu schnell), ese inicio de la trompa anunciando el nuevo día, como llamando a la puerta para lo que vendría a continuación, reguladores y frases que parece no acabar, volúmenes impactantes pero contenidos, cuerda maleable, sedosa y rugosa según se lo pedía Martín. El segundo «tranquilo y casi rapido» (Andante – andante quasi allegretto), para disfrutar de la cuerda y cada matiz, con metales y maderas cual tubos de lengüetería y bisel de registros únicos para el «órgano sinfónico». Verdaderamente «emocional» (Bewegt) el tercero, espectáculo de fuegos artificiales de trompas, metales al completo y tutti, una montaña rusa que no frena, broma de scherzo en este derroche sonoro que impacta, contrastes dinámicos y rítmicos, las emociones de Bruckner con reminiscencias wagnerianas y siempre necesarias para entender mejor a Mahler, la pletórica Viena toda ella metida en este movimiento con una orquesta entregada, concentrada, atenta y equilibrada al mando claro y preciso del maestro cántabro.

Y el último «movido, pero no demasiado rápido» (Bewegt, doch nicht zu schnell), el paso de la sombra a la luz cegadora, la esperanza en el más allá, visiones y convicciones religiosas, banda sonora de monumentales decorados, procesión no al cadalso sino al paraíso sonoro, estallidos de metales y oraciones de cuerda en un tránsito orquestal que Marina Carnicero en sus notas al programa llama «Un canto de amor a la naturaleza». Cuarta sinfonía romántica, esencial y pletórica gracias al buen hacer de Jaime Martín que volvió a conectar con la OSPA, sensaciones que se notan y transmiten a un público no tan numeroso como querríamos, pero agradecido de conciertos como este cuarto de abono.

La más audaz

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Viernes 16 de abril, 19:00 horas. Auditorio de Oviedo, Primavera II: OSPA, Akiko Suwanai (violín), Nuno Coelho (director). Obras de Ligeti y Bruckner. Entrada butaca: 15 €.

Tiempos de audacias, apostando por una cultura segura que sigue demostrando la responsabilidad y la necesidad de seguir con la música en vivo, pues las penas se vuelven alegrías con esta terapia, verdadero regocijo reencontrarse con conocidos, gozar del regreso seis años después de la japonesa Akiko Suwanai (a quien muchos descubrimos en 2009 ya con la OSPA) y del siempre gran director portugués Nuno Coelho al frente de la OSPA, sinónimo de entrega y energía, calidad y máxima audacia al programar nada menos que el concierto de Ligeti y «La sexta» de Bruckner, la más audaz como escribe Pablo Gallego en las notas al programa (enlazadas al inicio en los autores), exigencia total para los intérpretes y un púbico que sigue fiel.

Titulaba mi anterior concierto de esta «Primavera OSPA» arriesgar para disfrutar, y la apuesta ha subido un peldaño al programar el siempre poco agradecido Ligeti y su Concierto para violín (Rev. 1992), obra exigente para una orquestación muy especial y una escritura que lleva demasiado tiempo armarla para alcanzar las cotas deseadas. Se arriesgó el director luso antes de comenzar, tomando el micrófono para explicarlo en un castellano perfecto, no solo sus cinco movimientos sino las claves para poder seguirlo al detalle y hasta poniendo los ejemplos sonoros de las ocarinas en manos de las maderas, o las flautas de émbolo de los percusionistas, que hoy tuvieron mucho trabajo además de buenos resultados, antes de escucharlo en su integridad.

Arriesgado es también seguir sin titular tanto tiempo, así como sin concertino, aunque hoy la invitada Messun Hong rindió especialmente en esta obra junto a la solista japonesa que bordó en entrega, sentimiento y sonoridades redondas, una Suwanai que no optó por el repertorio conocido sino por una página complicada, llena en cierto modo de una religiosidad especial en los orientales, y así la entendió junto a la concertino norteamericana. Trabajo detallista y meticuloso de Coelho con el que la orquesta parece feliz, entendimiento y concertación con Suwanai, técnica exquisita, virtuosismo de altos vuelos y como decía, poco agradecido para gran parte del público, pero mi aplauso por seguir prestando atención a la música de mi generación, llena de referencias visuales más allá del sonido, y nada cómoda de escuchar por el esfuerzo intelectual que conlleva.

Especialmente bello el segundo movimiento, Aria, Hoquetis, Choral: Andante con moto, donde Akiko Suwanai nos regaló la mejor visión y expresividad de esta maravillosa página, bien arropada por su colega y una orquesta donde hasta las cuatro ocarinas tejieron un coral de color con referencia medieval junto a los aires zíngaros que también se presienten. Y aún más conmovedora la japonesa en la Passacaglia: Lento intenso, un silencio casi sepulcral en la sala roto por su violín susurrante que va creciendo en un diálogo exquisito con la orquesta, diría que lleno de meditación conjunta, violencia sonora sin agresividad, controlando pasiones en una introspección única. El último movimiento, Appassionato: Agitato molto dejó en todo lo alto este concierto de Ligeti, pleno de texturas con aires de danza en una obra de la misma edad que la OSPA cuyo esfuerzo interpretativo podría decir que nos dejó a todos exhaustos.

Y con las fuerzas casi al límite, mostrando todo el músculo de la plantilla, llegaba el momento esperado y álgido de la Sinfonía nº6 en la mayor (1879-1881) de Bruckner, en cierto modo otra incomprendida, y como el maestro Coelho confesaba a La Nueva España, «Las sinfonías de Bruckner son como el Everest«. También Pablo Gallego hace referencia en sus notas al símil montañero y a «… un camino de redención en el que no puede obviarse el ferviente catolicismo que le acompañó toda su vida«.

Pienso que el esfuerzo de Ligeti pasó factura en esta ascensión de cuatro «etapas» a La Sexta con Nuno cual sherpa guiando esta expedición, y al que no todos pudieron seguir tan infatigables como el luso, aunque se intentó. Arrancó todo Majestoso y majestuoso, con una cuerda tersa y los metales protagonistas, orgánicos como suelo calificarlos por el paralelismo con el instrumento rey del que Bruckner fue maestro.

Pero el primer tramo de la escalada resulta extenuante y ni siquiera el «campamento base» del Adagio-Sehr feierlich sirvió para tomar aire. Bien las intervenciones de violines y oboe, pero la marcha fúnebre era mal presagio, perdiéndose el empuje inicial a pesar del paso seguro del joven portugués. Hay que pisar bien y caminar a la par, evitando así caídas y desprendimientos del terreno, pero en el Scherzo-Nicht schnell – Trio. Langsam, los traspiés no fueron a mayores aunque deslucieron unas vistas de la ascensión con cierta neblina. Faltó la limpieza y precisión de esa danza vienesa bien marcada por Coelho, pero supongo que guardaban fuerzas para alcanzar la cumbre del Finale – Bewegt, doch nicht zu schnell, difícil ajustar el ritmo para que sea «movido, pero no demasiado rápido», el transitar por tonalidades que pongan la bandera en todo lo alto y poder entonar el himno, pero faltó ese remate pese al esfuerzo que sí mereció la pena, pues las vistas desde esas alturas son un regalo del «organista supremo» al que Bruckner siempre tuvo presente. Gratitud, belleza, espiritualidad y emotividad en el gran sinfonista del XIX que sólo su discípulo Mahler pudo recoger el testigo.

Concierto arriesgado y sobre todo audaz, con esfuerzo poco recompensado del que recordaré el aire de religiosidad y gratitud vital de dos compositores emparejados en esta primavera aún fría, donde los reencuentros son cálidos. No se coronó la cumbre pero el recorrido mereció la pena y la semilla plantada ya está creciendo, falta poco para el esplendor florido y poder retomar otras vías para alcanzar más altas cotas musicales. La expedición cambiará de guía pero el equipo está ya bien entrenado.

Herencia soviética

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Lunes 28 de mayo, 20:00 horas. Oviedo, Conciertos del AuditorioMischa Maisky (violonchelo), Orquesta Sinfónica Estatal de Lituania, GintarasRinkevičius (director). Obras de Respighi, Chaikovski y Bruckner.

Crítica para La Nueva España del miércoles 30, con los añadidos de links, fotos propias y tipografía:

Entre las vecinas Lituania y Letonia se organizó esta gira europea con parada en Oviedo, “La Viena del Norte”, la orquesta estatal fundada juvenil por Gintaras Rinkevičius (Vievis, 1960) para ir creciendo juntos en la capital Vilna, y el letón Mischa Maisky (Riga, 1948), verdadera figura mediática del cello bien apoyada por “el sello amarillo” y presumiendo haber sido alumno de Rostropóvich, con una primera parte preparada a la medida de este “santón” mimetizado con su cello de sonido increíble y procedencia desconocida para los mortales.

El Adagio con variaciones de Respighi lo tiene Maisky entre sus obras preferidas antes incluso de peinar canas, ideal en duración y protagonismo, de principio a fin, carácter melódico bien arropado por la orquesta lituana y su titular siempre atento al solista que era quien realmente mandaba, brillando con la claridad y brillantez aunque algo falta de intensidad de la partitura del compositor italiano, destacando la bellísima réplica del corno inglés.

Es imposible explicar cómo es la sonoridad rusa pero quienes hayan escuchado orquestas de la antigua URSS me entenderán. Las Variaciones rococó de Chaikovski sirven de ejemplo, desde el cello de Maisky al que el tiempo da rotundez y quita limpieza, hasta los lituanos en plantilla equilibrada para acompañar al letón con la cuerda empastada, sedosa, tensa y unida, de presencia uniforme, sumando una madera impecable y una trompa solista perfecta para no empañar la exposición de ese tema que tiene algo de británico con la melodía orquestada con la marca inimitable del compositor ruso. Estos mimbres armaron una interpretación puramente soviética en cada una de las siete variaciones, luciéndose todos, Maisky y Rinkevičius con sus pupilos, nombres de jugadores de baloncesto, poseedores de una técnica impoluta pero algo fríos, faltos de unas emociones que no se estudian, con detalles más que visión global. Probablemente las partes solas de Maisky fuesen las pinceladas sinceras de una velada más cercana al grabado que al óleo, aunque las líneas siempre estuviesen claras independientemente del grosor, y la exactitud en los cambios de ritmo digna de admiración.

El regalo tenía que ser también de Chaikovski tras las algo frías variaciones, y nada mejor que el aria de Lensky (de Eugene Onegin) cambiando tenor por cello de Misha, lo más cercano a la voz humana nuevamente revestida a medida por la sinfónica estatal lituana con Gintaras al frente en complicidad muy preparada.

Plantilla esperada en los antiguos soviéticos bálticos más que suficiente para la Sinfonía “Romántica” de Bruckner, su cuarta revisada varias veces (como el Chaikoski de las variaciones), número de catálogo WAB 104 y la única con subtítulo puesto por el propio compositor austriaco que jamás encontraba el resultado deseado, un auténtico “loco revisionista” nunca contento con sus obras sinfónicas. Cuatro movimientos inmensos e intensos de inspiración medieval, casi operística que hoy entenderíamos mejor desde el cine en blanco y negro, como los grabados de la primera parte. El primer movimiento se hizo eterno pese a los matices y dinámicas; el segundo Andante un placer en la cuerda siempre disciplinada, uniforme y presente; el Scherzo tercero una caza sin recompensa con buen protagonismo de los bronces, lo mejor y más romántico de esta cuarta; para el último Finale retomaron sombras y oscuridades con destellos de emociones trazadas con cierta contención en ese inmenso “tutti” orquestal conclusivo por el director fundador de esta sinfónica lituana que tiene calidad en todas sus secciones, con solistas acertados, amplia gama dinámica pero todo bajo el férreo control de Rinkevičius. Personalmente esperaba más pasión y menos contención sin negarles el respeto a la partitura (versión 1880), impecables los metales de sonido organístico brillando como los dibujos a tinta china cuyas sombras a base de finas líneas muy pegadas dan volumen sin color, aunque la riqueza de los grises tenga su propia dificultad. Romanticismo bruckneriano con cuerda brahmsiana para una cuarta bien cargada aunque descafeinada.

El regalo sorpresa tras dos horas largas, con prisas de despertador en parte del público, Libertango de Astor Piazzolla en arreglo sinfónico de tintes armenios para sacar a los percusionistas que no actuaron y reafirmar el virtuosismo orquestal (no entendí el acelerando enloquecido) que coloreó la bella fotografía original en blanco y negro del barrio de Boca para convertirla en Klaipeda, la ciudad portuaria de una Lituania europea pero todavía con herencia soviética, al menos en lo que a música se refiere. Con ella seguiremos para clausurar estos Conciertos del Auditorio el miércoles 13 de junio con la violinista georgiana Lisa Batiashvili y la Chamber Orchestra europea dirigidos por el franco-canadiense Yannick Nézet-Séguin.

Espiritualidad metafísica para recordar a Rober

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Viernes 12 de enero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: «Inspiración I», abono 4, OSPA, Rossen Milanov (director). Obras de Wagner, Vaughan-Williams y Bruckner.

Mi querido Eduardo G. Salueña escribe las notas al programa (enlazadas arriba en los autores) del cuarto de abono de la OSPA con el que abríamos año antes de sumergirse con Debussy en el foso, pero también nos ofreció una conferencia previa al concierto titulada «Metafísica y espiritualidad en el lenguaje orquestal» llena de sabiduría, guiños cinematográficos y verdadera lección para disfrutar de las obras programadas para una OSPA diríamos que Gran Reserva como los vinos por el tiempo de maduración necesario para afrontar un programa que bien podría haber tomado las primeras palabras del conferenciante y tentado de hacerlas mías.

Tras el paréntesis navideño donde el destino volvía a jugarnos una broma macabra llevándose al trompa Roberto Álvarez, no podía faltar en este regreso y fuera de programa el homenaje de la sección de trompas, hoy nueve con las cuatro tubas wagnerianas (interesante como siempre OSPATV) preparadas para la novena bruckneriana eligiendo un arreglo sincero, sentido y cálido del famoso «Coro de Peregrinos» del Tannhäuser, con rosa roja en las solapas, elegancia y recuerdo del amigo Roberto, compañero siempre vivo en la memoria y más cuando la música era su pasión, eterna como sus acompañantes este viernes: Ricardo, Ralph y el propio Anton, Momentos memorables porque al igual que nuestro recordado trompa «el perdón le llega al poeta al morir junto al féretro de Elisabeth, por el triunfo del amor…» y «cómo Richard Wagner supo darle una intensidad, como se diría divina» (de Fernando Cansado Martínez en Operamanía), bien traído como inicio y final unidos por la metafísica espiritual, espiritualidad metafísica o ambas, que todo y más puede resultar un concierto.

La Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis (1910) de Vaughan Williams puso la calidad sin necesidades metafísicas al contar exclusivamente con la sección de cuerda, la que da solera a este vino musical servido casi con arreglo a los cánones: tres bloques intentando emular sonoridades organísticas en iglesias, orquesta de cámara al fondo, más la orquesta de cuerda y el cuarteto solista (integrado con el resto) pero capaces igualmente de hacernos fantasear con la música del inglés, devolvernos las calidades y ambientaciones que esta joya británica guarda, siendo tan utilizada en el cine como bien nos recordó el doctor Eduardo, desde Master and Commander hasta Remando al viento (del asturiano Gonzalo Suárez) por mostrar dos momentos memorables donde los directores ponen sus imágenes a esta música más que la inversa, aunque también podríamos hacer metafísica con el tema. Un placer degustar la cuerda bien servida y a la temperatura adecuada, con mención especial a Vasiliev, Corpus, Moros y von Pfeil, cuarteto aterciopelado cual cristalería ideal.

La espiritualidad no exenta de carga religiosa la suele poner casi siempre Bruckner, más en esta inacabada Sinfonía nº 9 en re menor (WAB 109) que nos deja ese extraño sabor de boca esperando rematar el Adagio final tras un «misterioso» primer movimiento que no alcanzó a contagiar ambiente aunque el enólogo acertase plenamente, y un Scherzo algo más lento de lo esperado como buscando paladear las pulsiones con que el «sommelier» intenta convencer al cliente, olvidando que no todos tienen igual olfato ni memoria gustativa, que la cata también tiene su arte, así como que todo cocinero no tiene necesariamente que entender de vinos, aunque ello suponga un plus. Al menos no se estropeó ese último trago, poderosamente mágico, variado, íntimo y hasta metafísicamente lírico, con regustos del Tristán wagneriano y la novena beethoveniana con aromas de pastoral, dejando que todo brillase olvidando que la contención es una virtud (la instrumentación parece exigirla), y si no que se lo dijesen al bueno de Anton, célibe toda su vida pese a estar prometido pero encontrando disculpa de diferente religión para así anular un compromiso con el que no parecía estar convencido ni preparado a su edad. Todos los elementos de este gran reserva sinfónico se (com)portaron correctamente, especialmente implicada la sección de trompas alcanzando momentos esplendorosos donde ellos encontraron la dinámica perfecta mientras el equilibrio se logró por la profesionalidad y trabajo de unos músicos de cepa inimitable y largo recorrido. Qué gran vino si el sumiller lo hubiera dejado airearse, servirlo en su punto y no apurar la botella porque olvidó que todas son únicas.

Lógico recordar y brindar con Mahler: «Un vaso de vino en el momento oportuno, vale más que todas las riquezas de la tierra». Así sea.

In Iuvenum Paradiso

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Miércoles 29 de marzo, 20:00 horas. Iglesia de Sta. María La Real de La Corte, Oviedo: Concierto Coro del CONSMUPA «E. M. Torner» de Oviedo, Marco A. García de Paz (director). Obras de Palestrina, Rheinberger, Lasso, Bruckner, Lauridsen y Fauré. Entrada libre (bien valió la Misa).

La formación musical de nuestros jóvenes comienza en la escuela aunque los políticos dicten leyes que parecen desear alejada del currículo esta parte esencial de nuestra educación. La profesional específica ha mejorado desde mis años de estudiante y ahora Oviedo tiene tanto conservatorio profesional como superior aunque nuevamente los dirigentes sigan ignorando lo importante que es mantener en activo a su profesorado porque las aulas no pueden dar la espalda a los conciertos, puede que lo más agradecido para todo músico. Y como políticos siguen dando largas mientras perdemos profesorado que también es concertista.
La tradición coral asturiana es antigua aunque como la propia vida ha tenido altibajos. Pero podemos presumir de tener a una formación capaz de competir al más alto nivel mundial como El León de Oro, a cuyo director Marco Antonio García de Paz ha fichado el CONSMUPA para sembrar en este mundo coral y asegurar un futuro donde hacer música pueda considerarse profesión y no solo afición, pensando incluso en continuar exportando talento si los distintos gobiernos mantienen no ya esta miopía musical sino cultural.

El Coro del CONSMUPA se presentaba en La Corte antes de su gira con un programa donde no podían faltar referentes históricos que el propio Marco conoce y lleva trabajando hace mucho tiempo. Así abrieron velada en una iglesia abarrotada con el intimista Sicut Cervus (Palestrina) a cuatro voces más el monumental Abenlied op. 69 nº 3 (Rheinberger) a seis, demostrando el arduo estudio para lograr la deseada afinación, el empaste y por supuesto la musicalidad en dos obras al alcance de esta juventud preparada que carece de vicios adquiridos en otras formaciones adultas, cantando con naturalidad y buena interpretación ambas partituras, perfectamente llevadas por Marco.

La polifonía también se hacía con instrumentos, optando por un trío de trombones ubicado en el coro rememorando aquellos ministriles que con los sacabuches divulgaban una música sacra no siempre doblando las voces. Héctor Gómez Sorrigueta, Javier Ulises Esteban Martín y Miguel Ramiro Artero nos interpretaron a Palestrina (Motete), Orlando di Lasso (Adoramus Te, Christe) y el original Bruckner (Aequale nº 1 WAR. 114) cantando una letra no escrita, respirando como un trío vocal y llenando La Corte de sonoridades de antaño con el ímpetu juvenil y majestuoso de tres partituras diría que orgánicas en cuanto a presencia y dinámicas.

No podemos olvidar que estamos en plena Cuaresma y la música religiosa ha dado maravillosas obras, siendo las siguientes dos claros ejemplos:
Primero el O Magnum Mysterium (M. Lauridsen) que García de Paz probablemente haya ensayado cientos de veces con «los leones» y otros coros, por lo que dominar tan maravillosa como complicada obra supone contagiar a este coro sabiduría y confianza. La interpretación ayudada por la acústica del templo estuvo plagada de buen gusto y hacer por todos, ricos matices, voces limpias en emisión con tesituras extremas donde las sopranos brillaron bien contrapesadas por una cuerda de bajos consistente, pero seguro lo habrán tomado como un examen sobre el que seguir trabajando los próximos ensayos. Así es el mundo de la música.

Y como «Proyecto final» el esperado Réquiem, op. 49 (versión 1893) de Gabriel Fauré, una de las obras que más habré escuchado, cantado y sobre tocado al órgano, esta vez un excelente Carlos García Álvarez, más un conjunto instrumental liderado por el profesor de viola Paulino Jardón, con un plantilla que dejo recogida en la copia del programa más arriba, sumándose un contrabajo (René Ispierto Jiménez), una trompa, dos trompetas, el trío de trombones más los timbales de Vanesa Menéndez Alonso, el solo de violín de Alejandro Trigo-Asensio en el Agnus, y dos solistas del propio coro aunque veteranos pese a su juventud: la soprano Olaya Álvarez Suárez (Pie Jesu) y el barítono Manuel Quintana Aspra (Offertoire y Libera me). La partitura tiene momentos gloriosos con el sello propio del francés y los instrumentistas deben sonar presentes sin tapar las voces, algo que Marco A. García de Paz tuvo presente desde el principio. Supo sacar esas armonías tan características sin perder la belleza melódica y todo el ropaje instrumental de los siete números, con los balances no siempre perfectos ante la reverberación, especialmente en los tempi más ligeros. Pero volví a disfrutar y poner la piel de gallina con el Introit et Kyrie, luz perpetua que sigue iluminando muchos momentos, el Pie Jesu de la soprano con voz angelical, limpia, afinada, sentida, casi infantil, o el Libera me de este barítono que prefirió el buen gusto a la potencia. No hubo problemas con las intervenciones del tutti, el órgano casi siempre se mantuvo en su sitio, salvo en In Paradisum que quedó algo atrás, los metales perfectamente ensamblados con las voces en el «Cordero de Dios«, los timbales lo suficientemente presentes para «la ira de Dios», y una cuerda más que suficiente para garantizar un réquiem más que digno a nivel global aunque el protagonismo lo lleva el coro, la voz del pueblo que ojalá tuviese la misma formación que esta juventud musical sacrificada y siempre apoyada por las familias sin las que su esfuerzo no se vería tan recompensado como en estos conciertos.

Enhorabuena a todos por llevarnos a este paraíso juvenil en uno de los «Réquiem» más luminosos y esperanzadores que se han escrito (curiosamente por alguien poco creyente) y a Marco Antonio García de Paz por continuar creyendo en la música coral desde nuestra tierra.

Lo romántico sublime

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Viernes 27 de enero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono 6 OSPA «Arquitectura sonora»: Jesús Reina (violín), Ari Rasilainen (director). Obras de Tchaikovski, Torres y Bruckner.
El profesor y compositor Edson Zampronha, autor de las notas al programa (enlazadas en los autores), nos preparó antes del concierto con una conferencia cercana, emotiva como su propio título «La emoción rompe los límites: la música del alto romanticismo en el final del siglo XIX» donde contagió esa pasión común por tres obras tan distintas pero unidas precisamente por el programa bautizado como arquitectura sonora y resumidas por «el sublime», con referencias filosóficas en cuanto a la subjetividad del oyente desde la oscuridad buscada de la sala hasta el viaje interior que toda escucha supone.

Regresaba nuevamente el finlandés Ari Rasilainen al frente de la OSPA y las obras elegidas nos trajeron buenos recuerdos anteriores de su estilo directorial: una batuta vigorosa, clara y precisa con una mano izquierda completa de gestos variados, atento al equilibrio de dinámicas subrayando siempre la sonoridad puntual tan distinta en las tres partituras, con una orquesta nuevamente reforzada en la cuerda permitiendo recrearse en matices extremos sin perdernos ningún plano. Y es que la calidad también va unida por momentos a la cantidad cuando se controla todo al detalle, algo que los compositores de este sexto de abono iban a permitir.

En pleno cierre de temporada operística carbayona vino muy bien elegir la Polonesa de «Eugene Onegin» (Tchaikovski), tributo local desde lo universal para optar por un aire más rápido del «habitual«, nada bailable y obligando a la cuerda expresiva y técnicamente a darlo todo, mientras la madera y sobre todo los metales, que estarían pletóricos a lo largo de la velada, nos dejaban una versión brillante pero también muy contrastada en volúmenes, claroscuros arquitectónicos que parecían preparar el resto del concierto, también en lo anímico con este explorador de emociones como fue el ruso, jugando Rasilainen con todo el material sonoro llevado a unos extremos siempre controlados.

Jesús Torres (1965), compositor invitado esta temporada (y presente en la sala), es uno de los más destacados de esta generación. Compuso su Concierto para violín y orquesta entre el 26 de agosto y el 29 de diciembre de 2011 por encargo de la Fundación BBVA y está dedicado al violinista Miguel Borrego que lo estrenó el 22/03/12 en el Teatro Monumental de Madrid con la Orquesta Sinfónica de RTVE y Kees Bakels). Analizado en el programa de mano y contado a OSPATV por el propio zaragozano en compañía del solista elegido para este abono, Jesús Reina, este malagueño con recorrido y futuro más que asegurado, afrontó el reto de una obra actual llena de guiños «clásicos» pero sin confrontación con la orquesta, una fusión de lenguajes con especial importancia de la percusión y una plantilla impresionante (3-3-3-3/4-4-3-1/3 Perc. Tim/14-12-10-8-6), para tres movimientos casi unidos en su desarrollo, Dramático, Apasionado y Estremecido, donde Torres construye un universo sonoro agradable desde unas disonancias nunca molestas y buen conocedor de la escritura sinfónica. Obra grandiosa, edificio sonoro que va elevando una partitura muy bien construida donde Rasilainen se mostró un arquitecto solvente y Reina fue perfilando al milímetro esos calificativos de música pura, la delicadeza de un sonido siempre cantabile. Pasajes realmente virtuosos, diálogos potentes con la orquesta en este solista que apuesta por músicas contemporáneas, emergiendo al final de la masa sonora con un pasaje a dobles cuerdas realmente estremecedor, exigentemente lírico para una melodía a dos voces bellísima trazando el remanso tras el poderío de los veinte minutos aproximados de duración.
La propina en línea con lo anterior, música actual con ese aire zíngaro de «violero» recordando sus orígenes populares en los famosos verdiales de su tierra natal en compañía de su padre demostró el buen momento y la musicalidad que atesora este violinista y docente malagueño.

Manteniendo la estructura todavía habitual en muchos conciertos sinfónicos de obertura breve, concierto con solista y una sinfonía histórica, llegaría el esperado y muy programado Bruckner, en cierto modo lógico tras la «moda Mahler» (también presente esta temporada de la OSPA y en Musika-Música del próximo marzo bilbaíno). El universo Bruckner permite disfrutar como pocos del impacto sinfónico siempre del agrado del público, máxime contando con una plantilla para la ocasión y un director que contagió vigor y rigor desde el podio. La Sinfonía nº 3 en re menor (1889), «Sinfonía Wagner» de connotaciones operísticas para seguir con el lirismo arquitectónico del concierto, en la edición del su discípulo Franz Schalk (de las muchas que se han publicado), manteniendo estructura «clásica» engrandece esas lentas melodías dotando de una tensión romántica a esta tercera que la OSPA y Rasilainen fueron construyendo cual catedral sonora neoclásica. Trabajando todas las combinaciones que van dando protagonismo a cada sección, disfrutamos de unos metales que me gusta llamar orgánicos por la referencia bruckneriana en el instrumento rey, no ya el trío de trompetas o de trombones más la tuba, sino un quinteto de trompas en perfecta armonía «cantando un coral» a cuatro voces rebosante de la religiosidad del alemán, en estado de gracia todos ellos (incluyendo el refuerzo «de descanso» que los entendidos comprenderán) y por supuesto una cuerda siempre presente, empastada, de amplia gama expresiva, especialmente en el arranque del segundo movimiento. Buen entendimiento con la batuta que dibujó siempre certera las trazas arquitectónicas de esta tercera potente, vigorosa pero también íntima, casi una reconstrucción (puede que del propio Schalk) del templo sonoro que crece a lo largo de los cuatro movimientos en altura emocional de dibujo sencillo y efectivo por el uso de silencios subyugantes dejando flotar el sonido, y fortísimos contrastantes además de contundentes, especialmente en los graves, y unos pizzicati redondos por lo presentes. Tal vez faltase un poco más de emoción pero nunca claridad en el juego de volúmenes ni sensibilidad en esas melodías infinitas.
Esperamos que el maestro Rasilainen vuelva en un futuro no muy lejano porque su trabajo siempre resulta del agrado de todos, aunque el patio de butacas siga con muchas vacías, perdiéndose conciertos pensados para el respetable.

La magia de Andris Nelsons

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Sábado 30 de mayo, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio: Klaus Florian Vogt (tenor), Orquesta Sinfónica «Ciudad de Birmingham» (CBSO), Andris Nelsons (director). Obras de Wagner y Bruckner.

La magia inundó el último concierto de este ciclo municipal coincidiendo con la vuelta al Auditorio ovetense del gran «helden tenor» Klaus Florian Vogt, que entonces también supuso una victoria del Barça como hoy, esta vez en la Copa del Rey. Mágico el programa que Alberto González Lapuente presentó como «Amigos conciables (supongo que serían conciliables) referidos a Wagner y Bruckner, con una orquesta británica de esas de sonido único e inimitable, y sobre todo el Mago letón Nelsons (Riga, 1978) al frente, de gestos no muy ortodoxos pero efectivos con su formación, trabajo de años al frente dando fruto hasta con una mirada, posiciones que le permiten encogerse como un ovillo, cambiar la batuta de mano y ponerla del revés sin perderse ni un detalle, apoyarse en la barandilla, quedar a la pata coja, caracolear con los dedos para manejar el gran instrumento sinfónico, incluso bajar los brazos dejando fluir esa magia y clamar al cielo en los momentos más sublimes (mi tocayo en la crítica de «El País» lo llama Calistenia musical). Verle dirigir mientras sonaba la séptima bruckneriana era asistir al hechizo de disparar en el momento exacto todos los efectos mientras adelantaba en el instante previo lo que vendría a continuación, dirigiendo la atención de músicos y públicos al lugar exacto, conduciéndonos a todos en una velada donde el brebaje que nos dio causó el efecto deseado. No es de extrañar que sea firme candidato a la titularidad de la Filarmónica de Berlín, aunque tengamos que esperar al 2016 para el veredicto final.

La ópera de Wagner es única donde la música supone la parte de un todo (Gesamtkunstwerk), la obra de arte total que incluye lógicamente la voz cantada pero cuya orquestación marcará historia y modelo a seguir. Para la primera parte dos arias de «Parsifal» y dos de «Lohengrin» precedidas de los preludios Karfreitagszauber e inicial del tercer acto para asentar sonoridades antes de escuchar la voz poderosa e íntima de Vogt, auténtico defensor de sus dos personajes, no ya cantados sino sentidos, comprobando la evolución de Parsifal del segundo acto Amfortas, die Wunde al tercero con Nur eine Waffe taugt, pudiendo seguir los textos también traducidos en el programa de mano, heroico de timbre wagneriano capaz de alcanzar matices en cualquier registro y sobrevolando la densa orquestación que coprotagoniza el drama, perfecto ejemplo de lo que se ha matizado como «helden tenor«, el más dramático y heroico de su cuerda (que en mis años jóvenes llamaban tenor abaritonado, «tipo» Plácido Domingo). Aún mejor su Lohengrin del tercer acto, Höchstes Vertrauen hast Du mir schon zu danken y esa verdadera confesión final In fernem Land llegando al clímax conjunto con los de Birmingham mientras «Merlín Nelsons» descubría los personajes y pasiones wagnerianas. Auténtica lección por parte de todos, con el «lírico» Klaus Florian Vogt pletórico en sus cuatro arias, un verdadero tenor wagneriano a los que se les pide que tengan voz rica, oscura, poderosa y dramática, de amplia tesitura vocal y gran potencia además de una auténtica resistencia física (que dicen los estudiosos). Bravos y nada mejor que seguir con Wagner de propina: Winterstürme wichen dem Wonnemond (de «La Walkyria«) para corroborar cómo es un tenor para disfrutar, con una orquesta bajo la varita mágica de Nelsons. Seguiré jugando a la lotería para poder hacer una escapada veraniega y escucharlo en Bayreuth

Pero la Sinfonía nº 7 en mi mayor, WAB 107 de Bruckner son palabras mayores sin necesidad de textos, con una «orquestaza» que nos trajo las tubas wagnerianas alineadas desde la izquierda con el resto de metales hasta la tuba en el extremo contrario, entre la percusión sin elevar detrás y la madera, más la cuerda en la colocación habitual, con ocho contrabajos para calcular el número total de arcos, equilibrio ideal que me llevaba al ideal del día anterior con Richard Strauss. Nada mejor tras Wagner que Bruckner, incompatibilidad de caracteres en ese postromanticismo que tanta música ha producido, y Leipzig siempre capital de la música, inspiración  y admiración del segundo hacia el primero, amistades irreconciliables solo salvadas por el mismo amor musical. La séptima como la única sinfonía que Bruckner apenas modificó y además la estrenó como homenaje a su héroe, la más «popular» pero no tan interpretada por los efectivos que requiere. La CBSO los tiene y todos de primera que con el director letón alcanzó la magia total dejándonos un recuerdo imperecedero de este fin de ciclo:

El Allegro moderato fue trenzando melodías eternas en contrastes anímicos como dudas vitales hechas música, los metales preguntando, la cuerda serenando, todo dibujado y sentido con todo el cuerpo de Nelsons, sacando dinámicas increíbles, redondas, allá donde la partitura las indica y salen al aire como si las notas cobrasen vida con el mago. El Adagio. Sher feierlich un sehr langsam (con lentísima solemnidad) es el homenaje wagneriano más allá del protagonismo de las tubas diseñadas por el sajón, la dedicatoria también a Luis II de Baviera, o la sensación de eternidad veneciana con una marcha fúnebre que hipnotiza, acongoja pero también brilla cual interrogante universal, casi la «precuela» del mismo movimiento mahleriano en su Quinta, inspiración también previa para Visconti, en Senso (1954). El director es también un excelente intérprete de Mahler por lo que el «maridaje» con Anton Bruckner es más que evidente. La cuerda británica de seda y terciopelo, violines angustiosamente desgarradores y contrabajos en la boca del estómago en un discurrir sin prisa pero desenfrenado hacia un punto final que no quiere llegar, «crescendi» y vientos llamando del más allá como pesadillas con la belleza bruckneriana plasmada en la interpretación de Nelsons con su orquesta, arrullo y consuelo donde no falta un brevísimo tema del Te Deum. Clásica en construcción, el tercer movimiento de esta sinfonía es un Scherzo. Sehr schnell (muy rápido), brillante, casi jocoso pese al contraste tonal, danzarín por lo rítmico en compás ternario, bromista por el propio significado llegando a lo tumultuoso a medida que crece antes de frenarse en el Etwas langsamer (un poco más lento) que indica la partitura y da protagonismo a los violines contestados por el viento reforzados con unos timbales que ayudan a ese crecimiento anímico antes de la repetición, sin olvidar el aire de danza popular y macabra, puede que hasta riéndose de la propia e inevitable muerte, un «Aprendiz de brujo» ante la ausencia de Merlin con resultados esperados y siempre arreglado por la sabiduría e incluso convicción, antes de coronarse en el Finale. Bewegt, doch nich zu schnell (movido pero no demasiado rápido), siempre añadiendo cómo desea el compositor austriaco «exactamente» el aire de cada movimiento, el último perfectamente leído por Andris Nelsons en otra pócima de magia cocinada dentro de la marmita Birmingham, recordando el inicio de la obra pero conteniendo efectismos para la instrospección católica traducida a un coral donde los metales suenan como un órgano donde Maese Bruckner trabajó, incluso los contrabajos redondearon una tímbrica controlada al detalle, jugando con cada plano en una formación que responde como un solo instrumento más allá de los unísonos, no importa alguna nota «insegura» de las trompas como si un tubo del gigantesco órgano escupiese alguna mota de polvo, atacando una conclusión sobrenatural, efectista y convincente. Aplausos más que merecidos sin olvidar la propia partitura, ovacionada por el maestro.

Lástima en las prisas incluso para aplaudir que nos privaron de disfrutar el silencio final, algo que es inherente a la música y todavía más a esta séptima que pudimos saborear. La popularidad de esta sinfonía más allá del gran melómano Visconti (y Thomas Mann, «El arte, el deseo y la muerte») estriba en las emociones que todos tenemos, la varita mágica que toca la fibra sensible, el sonido orquestal bien combinado en cada momento que el brujo Nelson hace disminuir y aumentar como retorciéndonos con él, espectáculo casi místico, poesía musical, esperanza cristiana, admiración vital, sensibilidad artística y comunión total entre obra, intérpretes y músicos para una liturgia sin igual.

Rotunda claridad alemana

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Sábado 5 de abril, 20:00 horas. Oviedo, Conciertos del AuditorioRadio-Sinfonieorchester Stuttgart des SWRNikolaj Znaider (violín), Stéphane Denève, director. Obras de J. Sibelius y A. Bruckner.

Se está poniendo interesante la temporada concertística en la capital de Asturias, casi de Austria no ya por la oferta de obras sino por la calidad de los intérpretes. Y en 72 horas nada menos que dos orquestas alemanas abriendo boca la de Radio Stuttgart en gira con la batuta del francés Denève. Pese a cierta uniformidad sonora en las orquestas de hoy en día, más en las de primera línea, está claro que las alemanas marcan diferencias, y así pudimos disfrutar de una formación ideal para el gran repertorio sinfónico por plantilla y calidad. Impresionante equilibrio sonoro en todas las secciones con fortísimos que nunca resultan estridentes, una cuerda incisiva siempre presente incluso ante las masas sonoras, una madera de tímbricas aterciopeladas pero sobre todo «los bronces» que diría mi recordado Max Valdés, todos los metales y especialmente las trompas, terciopelo en color, afinación, gusto por el sonido desde una musicalidad que las obras elegidas ayudaron a paladear aún más. Sumemos unos timbales que mandan sin molestar y refuerzan la seguridad del resto. Finalmente la colocación vienesa casi puedo llamarla colocación Milanov puesto que es la que tenemos desde su llegada a la OSPA, siendo ideal para repertorios como el de este primer sábado abrileño. Con estos mimbres la dirección titular está capacitada para recrear sin imponer, dejando que la música fluya ante unos profesionales que demostraron calidad además de cantidad.

El programa se cocinó a la manera tradicional: aperitivo breve, primer plato de concierto con solista y tras el descanso el manjar fuerte. Del finlandés Sibelius su El retorno a casa de Lemminkäinen, op. 22, nº 4, una suite para gran orquesta con ese final breve pero intenso al ocupar a toda la plantilla traída para la ocasión y más que un calentamiento de la orquesta radiofónica (¡qué importantes son!). Último número -más conocido el segundo «Cisne de Tuonela«- de las «Cuatro leyendas del Kalevala» que inspiran al compositor más importante de Finlandia en la búsqueda de una identidad nacional desde el lenguaje musical. Gran orquestador construye este cierre de suite con amplia paleta tímbrica y dinámica partiendo de una métrica para conseguir ritmos endiablados como de una cabalgada del protagonista en un final acelerando, con los metales claramente heróicos que hicieron las delicias del oyente escuchándolos con una claridad y transparencia bien llevada desde el podio, siempre en esa línea de rotundidad y claridad apuntada al inicio.

El Concierto para violín en re mayor, op. 47 además de ser uno de los más logrados por la conjunción entre solista y orquesta, contando con melodías sobrecogedoras como la del primer movimiento, exige un virtuoso en perfecta comunión con orquesta y director, pues no en vano Sibelius era violinista de profesión. El solista danés, de padres judíos polacos, Nikolaj Znaider también es una reputada batuta, lo que se notó desde el inicio del Allegro moderato conocedor de la concertación. La gama dinámica del acompañamiento sinfónico nunca impidió percibir con claridad el sonido de su «Kreisler» Guarnierius del Gesu (1741) del que saca emociones desde una técnica siempre al servicio de la partitura. Un placer escuchar cómo las melodías pasaban de su violín a los cellos en perfecta continuidad colorista, el colchón de las maderas o los fraseos concertados por Denève. La coda final fue brillante y plena preparando la hondura del Adagio di molto lírico a más no poder, maderas preparando la melodía solista desde unos redondeados pizzicati y nunca enturbiada por los metales, pese a las disonancias, nueva muestra del buen hacer por parte de todos. Pero las dificultades máximas llegarían con el Allegro, ma non tanto debido al virtuosismo e integración exigida al solista con la orquesta, no del todo superada al cien por cien pero que dejó muestras más que sobradas de una musicalidad suprema del violinista danés.

El mal sabor de boca nos lo quitó con la propina bachiana («Gavota en rondó» de la Partita nº 3 en mi mayor BWV 1006) donde el Guarnieri llenó de magia un auditorio que parece ir ganando acústica con el envejecimiento de la madera, cual buena barrica para la música.

Las sinfonías de Bruckner son una auténtica locura, universo de revisiones que el propio compositor realiza y vuelve locos a directores, editores y discófilos incluso con las numeraciones. Esta Sinfonía nº 4 en mi bemol mayor, WAB 104, conocida como «Romántica«, inaugura las llamadas sinfonías «en mayor» y la versión escuchada es de 1878/80, revisados los dos primeros movimientos y con un Scherzo nuevo, abreviando el final que reescribe completamente en 1880. Estrenada en Viena el 20 de febrero de 1881 por Hans Richter y dedicada al príncipe Constantino de Hohenlohe, no se publicó hasta 1936 por Robert Haas. Hubo correcciones de detalle entre 1887 y 1888 como las que aparecen en la edición Nowak pero no es el caso de la escuchada en Oviedo, también algo más larga, por lo que los «culos inquietos» se marcharon al descanso, ganando todos…

Bruckner compone una obra diría que épica, con resonancias medievales tan de los románticos y considerada por los historiadores como de las más luminosas del compositor, algo que su titular desde 2011 tuvo claro desde el principio jugando con claroscuros increíbles en esta orquesta radiofónica alemana que respondió a todo cuanto el maestro francés les exigió, siempre con elegancia y precisión. Los cuatro movimientos resultaron un devenir de sensaciones, pecados y penitencias hechas música, orquesta cual registros orgánicos divinos donde redimir malos pensamientos y envidias. La gama dinámica y tímbrica exhibida por los músicos de Stuttgart la recordaré por la contención en cada familia y la disciplina exigida desde una dirección impecable preocupada siempre en conservar todos los planos sonoros, desde los más presentes a los recónditos. El Allegro molto moderato complejísimo pero claro y legible, perfecto, con unas violas melosas, cautivadoras, sin caer en embelesamientos ante la fuerza de la naturaleza hecha metales en caída imperceptible, sólo rota por el redoble de timbales, y así un desarrollo de la forma sonata para enseñar en los conservatorios cómo un humilde y veterano autodidacta puede alcanzar recetas insuperables desde su obstinación. Otro incomprendido de su tiempo, como Mahler, con quien comparte mucho más que dolor en el alma.

Si la marcha fúnebre del segundo movimiento pareció seda negra por lo liviano que no oculta el dolor secundario, la agitación («Bewegt») del Scherzo fueron escorzos cinegéticos no sólo por unas trompas en estado de gracia (impresionante Wolfgang Wipfler) sino por una vorágine de matices nunca exagerados, contención antes del éxtasis de un Finale eterno por indicación expresa del compositor: Bewegt, doch nicht zu schnell (animado pero sin precipitación). Cierta religiosidad teresiana esculpida por Bernini como si inspirase al atormentado Anton, sus terrores antes del Hosanna final, credo romántico interpretado desde la magnificencia interior de Denève y la formación de Stuttgart para una profana cuaresma musical irrepetible.

Examen final

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Viernes 7 de junio, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Concierto de abono 14, OSPA, Measha Brueggergossman (soprano), Rossen Milanov (director). Obras de R. Strauss y Bruckner.

Nunca me costó tanto hacer un comentario como el de este concierto que cerraba temporada cual examen final de curso en estas fechas.

Escrito de madrugada sin los enlaces que tanto me gusta poner  (por cierto que es lo que más tiempo me lleva, pues el texto va de un tirón del sentimiento al ordenador, tableta o teléfono), no le dí finalmente a «Publicar» hasta completarlo. El fin de semana fue largo y fuera de caso, pero al leer las críticas posteriores en la prensa escrita (del concierto del jueves en Gijón y del viernes en Oviedo) me pasó como con los exámenes: quise repasarlos antes de poner la nota definitiva, y hubo algunos cambios que no voy a desvelar, aunque siempre a favor del alumnado.

Sacando mi vena docente añadir que un mal examen no supone tirar un curso puesto que la evaluación, de momento y hasta que Wert lo imPPida, es continua y también individualizada, sin comparaciones con otros, así que comentarios y nota final puesta al poco del concierto se mantiene pero llegan los pormenores:

Con el final de curso también llegaba la última conferencia previa al concierto, esta vez de Luis Suñén, director de la revista Scherzo, que compro hace años, al que siempre es un placer leer y sobre todo escuchar, más en vivo, con sus conocimientos de «musicógrafo» como bien reconoce, y su pasión de melómano que contagia a la audiencia, familiar en Oviedo como en todas las anteriores (lástima para quienes se las han perdido porque son más que un complemento a los conciertos y a las notas al programa que suelen ser de los conferenciantes como así volvió a suceder) en esta «Lección magistral de clausura». Gracias a Don Luis por hablarnos de Richard y Anton con la familiaridad y cariño habituales más allá de las anotaciones, y animar a la OSPA que mantenga este ciclo pese a la poca entrada, que parece disminuir como el público de los conciertos, aunque el balance y memoria final ocuparán un comentario aparte.

El último concierto presentaba un programa de lujo, y traía a la canadiense Measha como figura invitada, aunque las grabaciones discográficas poco tengan que ver con el duro directo y las Cuatro últimas canciones (1948) de Richard Strauss sean una reválida fin de carrera más que una prueba de acceso universitaria. Cuatro joyas para solista y orquesta cuya mera escucha es todo un placer pero que la soprano mediática no creo triunfe con ellas, si bien las mezclas de estudio pueden hacer milagros. Los «lieder» con orquesta exigen algo más que sentimiento y dicción, que tuvo, pero su proyección vocal no llegó como debiera hasta mi fila 13, y lo digo por algún crítico algo más cercano al escenario, y si además Milanov se limita a seguir la partitura (que tiene mucho que dirigir) sin mimar a la solista, el resultado global se queda en un mero suficiente para la invitada. No soy quien para dar lecciones de dirección pero supongo que las indicaciones de volumen, los matices, no son iguales para el metal que la madera, por lo que pianissimo resulta trabajo desde el podio que además es quien mejor puede escuchar los planos. Y cantar con una gran orquesta detrás exige de la voz no volumen sino técnica para hacerla «correr», fluir, no sólo en los agudos. Pienso que el mal de muchas voces actuales, además de la elección del repertorio adecuado a ellas, estriba en la técnica apropiada para intentar igualar el color en todos los registros sin perder nunca cuerpo ni presencia en los graves, y la soprano de color no estuvo al nivel esperado.

Puede que otro programa y acompañamiento ayude a disfrutar más de su voz, pero para estos cuatro lieder straussianos no creo que esté en condiciones óptimas. Parece que los músicos de la OSPA sí se tomaron muy en serio este último examen porque dieron más de lo que se les exigió, y los solos de Vasiliev y Myra Pears fueron realmente de matrícula de honor. Globalmente las cuatro canciones fueron de menos a más, aunque me quedo con la tercera de Hermann Hesse Beim schlafengehen (como a Suñén tampoco me gusta la traducción literal de «Al ir a dormir») y la de Joseph von Eichendorff Im Abendrot («En la puesta de sol»), auténtica maestría de maridaje texto y música como en Schubert, Schumann o Mahler. El divorcio estuvo entre solista y director, el dulce en la propia obra.

Y cerrar curso con Bruckner y su Sinfonía nº 7 en mi mayor, WAB 107 (revisión R. Haas) suponía el nivel máximo de exigencia tras una temporada más que notable. Además de merecidos «ascensos en el escalafón» preparando el próximo curso, destacar la madurez alcanzada en éste de los metales y en especial las trompas que esta vez tuvieron que reforzarse para que dos de los titulares cambiasen a las trompas wagnerianas (cuatro se necesitaron) en una obra exigente para toda la orquesta que estuvo sobresaliente. Si Strauss resultó bueno pero «breve», más parecería un calentamiento ante la magnitud de esta Séptima. Nuevamente los solistas brillaron a la altura esperada.

La cuerda al completo tuvo el extra de dejarse las yemas para alcanzar el volumen exigido (la plantilla no crece pero sí las exigencias de más en obras de esta envergadura) y equilibrar el poderío de unos metales a los que no podemos ponerles ningún reparo, más una madera que sigue estratosférica. La versión Milanov no resultó igual, sí mejor que Strauss pero optanto nuevamente por la «literalidad», que en el caso de Bruckner exige muchas y profundas lecturas. De nuevo caímos en la tentación de una obra sinfónica total, cumbre en todos los aspectos (puede que menos en el popular) pero que necesitaba más cuerda. Como en el anterior concierto con la Quinta de Shostakovich, el esfuerzo de nuestra cuerda fue titánico y hay que recalcarlo para evitar malentendidos. El público siempre agradece estas «obras de poderío» pero los rectores conocen mejor que nadie las necesidades, y la Séptima de Bruckner quedó corta en efectivos aún a costa de mayores sacrificios (¡dichosa crisis!).

Los tiempos elegidos estuvieron ajustados a las indicaciones, como el Allegro moderato con orquesta plena en un «tutti» sin trompetas ni trombones que daba paso al magistral oboe y clarinetes (los dos) en ese ascenso melódico antes de entrar en el contracanto de violines, que contrapongo a lo poco marcadas que quedaron las modulaciones de la partitura y muy «académica» la reexposición final así como la amplia coda.

El Adagio (indicado Sehr feierlich und langsam, con lentísima solemnidad y calmado), es de lo más emocionante de Bruckner aunque la dirección no logró conmover, puede que esta vez la disposición «vienesa» con contrabajos atrás y tubas wagnerianas a la izquierda no ayudasen (la tuba en el lado opuesto impidió más empaste). Siendo la sinfonía pieza única de la segunda parte no creo que resultase complicado ubicar los contrabajos a la izquierda y dejar todo el metal en la parte trasera, precisamente para esa sensación de tubos de órgano. Cellos y violas sí sonaron homogéneas en su posición para el segundo motivo del adagio y la siempre segura sección de violines en ese inserto del Te Deum del propio compositor antes de desarrollar en contrapunto los temas y el gran crescendo antes de la coda donde los metales realmente truenan.

El Scherzo vivace (marcado Sher schnell, muy rápido) por su rítmica tan marcada resultó lo mejor de la sinfonía a lo que debemos sumar una cuerda al unísono que suena como un todo, nuevo triunfo de la formación asturiana que a lo largo de la temporada ha mantenido este nivel de calidad sin apenas altibajos. Nuevamente la dirección de Milanov buscó más tiempo que color, y el trío central (Etwas langsamer, un poco más lento) fue buen ejemplo, sin poder paladear un poco más los violines tocando esa especie de danza popular respondida por viento y timbales, curiosamente más discretos de lo que deberían.

Y el Finale (Bewegt, doch nich zu schnell, movido pero no demasiado rápido) tan subjetivo como el Martini de James Bond, «ethos y pathos» que escriben los estetas pero donde la energía debe estar controlada antes de ese coral del segundo tema precediendo la luz de las trompas y el siguiente desarrolo y reexposición, corta y tensa antes de la coda. La orquesta pareció entender a la perfección la llamada «vía real» de Bruckner en esta sinfonía, aunque Milanov optase por «referencias» más cercanas a la Primera o Tercera en una visión global y no detallada de esta séptima que tanto tiempo costó componer. Por una vez puedo decir que la orquesta sobrepasó la dirección, lo que puede tener doble sentido.

Comenzaba diciendo que un mal examen no supone suspender, y si la orquesta alcanzó el Sobresaliente, poner tarea para Septiembre no es suspender sino repasar algunas cosas mejorables. Cuando la exigencia es de nota alta, un suficiente debe tener trabajo en las vacaciones.

Con más tiempo haremos la «Memoria final» y avanzaremos la Programación 2013-14, vamos como en el Instituto, aunque todavía nos queden dos semanas de clase y una última de preparación del último curso antes de Wert.

Digo a quienes me conocen que con la OSPA llevo 22 años casado, los mismos que con mi esposa, felices y con las normales diferencias de una convivencia tan larga. Mi filosofía de la vida, si se quiere mis convicciones, hacen que sepa perdonar y olvidar los malos momentos para quedarme siempre con lo positivo, lo que no impide seguir disfrutando de la libertad para opinar aunque no sea compartida. Por pedir, solamente salud para celebrar las bodas de plata…

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