Domingo 12 de enero, 19:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: András Schiff. Obras de J. S. Bach.
Las jornadas que llevan el nombre de Luis G. Iberni nos traen para empezar el año nuevo uno de los conciertos más esperados en Oviedo, nada menos que del pianista húngaro Sir András Schiff (Budapest, 21/12/1953), y con un monográfico dedicado al «Dios Bach» que además de toda una maratón interpretativa lo es todavía más su escucha para un público de aficionados, estudiantes, profesionales y acólitos del padre de todas las músicas: el Concierto «Italiano» en fa mayor, BWV 971, la Obertura en estilo francés en si menor, BWV 831, y las Variaciones Goldberg, BWV 988. Lástima que «no está hecha la miel para la boca del asno» y las peores previsiones de toses, estornudos y móviles se cumplieron enfadando al maestro al que no le dieron tregua pese a intentar el milagro de acallar y adoctrinar «en nombre de Dios Bach».
La Obertura en estilo francés en si menor, BWV 831 otro collar engarzado con hilo de oro, desde la Ouverture casi orquestal, la grandeza musical desde el piano confirmando que esta escritura es germen de toda la música posterior. Cada una de las nueve danza posteriores mantuvieron su independencia global, unos ornamentos espectaculares que nunca ocultaban la melodía, los cambios de octava con la misma intensidad sonora e iguales contrastes, el tejido contrapuntístico elevado a la enésima potencia, matemáticas musicales dotadas de vida propia e interpretadas con una naturalidad digna de admiración. Danzas a pares complementándose para brillar por sí mismas, el piano cual guardián de orquesta escondida y sabiamente reflejada en la interpretación de András Schiff, sentida Sarabande y explosivas Bourrée más Gigue con una mano izquierda poderoso complemento de los agudos antes del último Echo nuevamente «orquestal» para cerrar una primera parte que cercana a la hora mantuvo de momento la salud de un público que casi llenaba el auditorio.
Pocas veces podremos escuchar las Variaciones Goldberg, BWV 988, una hora y cuarto de liturgia en las manos del pastor Schiff, nunca iguales pero siempre emocionantes. El propio maestro las describe a la perfección: «Un aria inicial de una belleza exquisita en la que la voz más grave adquiere todo el protagonismo y de ella nacen las 30 variaciones«. Cada variación independiente y con carácter propio, algunas «contienen motivos de canciones populares alemanas, otras se emparentan con las danzas y otras son tremendamente virtuosísticas«. Si la descripción es clara, su interpretación aún más pues tras la exposición del tema inicial verdaderamente solemne, majestuosa, paladeada en cada nota, las variaciones fueron desgranándose únicas, vibrantes además de profundas, sonoridades prístinas, balances divinos. El silencio siempre importante pero roto por los maleducados que parecen multiplicarse, no llegó a enturbiar el arte de Schiff, el aria ideal antes de las variaciones con «la sencillez es algo bueno, es profunda«, como dice Sir András, impresionante mantener la pulcritud temática con el ostinato de los graves en el volumen perfecto, los cruces de manos solo perceptibles al ojo pero nunca al oido, esas ornamentaciones cristalinas, el respeto por las figuras en su justa medida sin pedales, la técnica pura y sin trampas. Las variaciones rápidas son catarata luminosa, las lentas un soplo de vida además de remanso, luces desde todos los matices sin perder nunca un discurso ágil, claro, equilibrado y nunca ostentoso: «El virtuosismo aparece cuando el intérprete consigue dar un sentido a cada una de las notas de la partitura«.
Los intentos de separar las variaciones en bloques de diez solo sirvieron para el estruendo ofensivamente maleducado (y contagioso) que comenzó a traslucirse en un semblante de incomodidad, aunque la fuerza pienso que se mantuvo y hasta interiorizó para continuar la lección, pero el segundo silencio verdaderamente dramático y eterno acabó con la paciencia de muchos, especialmente la del propio Sir András Schiff al que ni siquiera dejaron finalizar con respeto el «reprise» o Aria da Capo que resuena cual amén tras una liturgia que como la católica los feligreses no soportan más allá de la hora ¡cuando el propio programa indicaba la duración aproximada de 76 minutos!. Los ritos deben respetarse bajo pena de pecado mortal.
Está visto que el gran Bach parece solamente para iniciados y educados, el apóstol Schiff se llevará una mala imagen de Oviedo a la que seguiré llamando «La Viena del Norte» español aunque su público diste años luz del austríaco y comience a ser preocupante en una sociedad donde los valores del propio «Kantor» siguen actuales, su escucha obligada desde el respeto por la palabra musical, una virtud que romperla condena al infierno del olvido.








